sábado, 9 de mayo de 2009

BOB DYLAN: PENETRANDO EN EL CORAZÓN DEL LABERINTO (2ª parte)

El segundo libro que edita Global Rhythm Press es el volumen autobiográfico Crónicas vol. I, publicado en los Estados Unidos el cinco de mayo de 2004 y en nuestro país un año después. El libro fue escrito durante los ratos muertos que el músico pasa en los hoteles de medio mundo entre concierto y concierto y tratándose del Bob Dylan ya se pueden imaginar que no es un libro de memorias al uso. Se trata más bien de una serie desordenada de acontecimientos vitales, pero sin seguir un orden lineal como haría cualquier otro autor que se propusiera contarnos su vida. Para empezar, desde el mismo título ya se nos avisa de que nos enfrentamos a una visión incompleta de la vida de Dylan, pues estamos ante un volumen I, por lo cual se da por sentado que a este primer volumen seguirá alguno más.
El libro está dividido en cinco capítulos, cinco ensayos sin conexión aparente unos con los otros, con saltos espacio-temporales que pueden descolocar en cierta medida al lector que no esté familiarizado con la biografía de Dylan. En los dos primeros, titulados “Pulir la partitura” y “La tierra perdida”, respectivamente, y en el último, llamado “Río de hielo”, Dylan nos habla de sus primeros tiempos, cuando trataba por todos los medios de abrirse camino como cantante de música folk, aquellos años en que Bob Dylan aún no es ese mito que llegaría a ser sólo un par de años más tarde, convirtiéndose en portavoz de toda una generación y de todo un sistema de valores, por más que le pesara después. Son los años de aprendizaje en Nueva York, intentando tocar en garitos como el Café Wha, el Gaslight y otros lugares emblemáticos del Greenwich Village neoyorquino. Estos tres capítulos están repletos de nombres propios de músicos, de poetas y novelistas, de personajes históricos americanos que influyeron al maestro, que en aquella época era una esponja que absorbía todo a su alrededor para, acto seguido, regurgitarlo convertido en algo completamente distinto. Por estas páginas aparecen nombres como los de Woody Guthrie, Dave Van Ronk, Roy Orbison, Lord Byron, Jack Kerouac, Robert Johnson, Hank Williams, James Joyce, Honore Balzac, Anton Chejov, Archibald MacLeigh y un largo etcétera. Todos ellos, y según escribe el propio Dylan, ayudaron de una u otra manera a que se convirtiera más tarde en el carismático cantautor que todos conocemos.
El tercer capítulo, titulado “New Morning” (al igual que el álbum que publicó en 1970), narra las vicisitudes que vivió precisamente en los meses inmediatamente anteriores y durante la grabación de dicho disco. Estamos en los primeros años setenta y Bob Dylan está completamente harto de que su público lo considere una especie de personaje mesiánico, portavoz de su generación. Él, por su parte, sólo desea vivir con su familia una vida hogareña, alejada de las grandes metrópolis americanas, en la tranquilidad que le ofrece un pequeño pueblo desconocido, rodeado de una naturaleza salvaje y paradisíaca, donde pueda pescar, jugar al baloncesto o el baseball o salir de picnic con sus hijos. Son los años en los cuales cambia constantemente de residencia y en los que tiene que recurrir incluso a las armas para poder defenderse de fanáticos que llegan al extremo de rebuscar en su basura en busca de información sobre su ídolo.
La cuarta parte, tal vez la más atractiva desde el punto de vista de un melómano, se titula “Oh, Mercy”, y al igual que en el tercer capítulo, narra diferentes aspectos de las sesiones de grabación del álbum homónimo, producido por Daniel Lanois. En 1987 Dylan era un músico de vuelta de todo, apático, desgastado, sin fuerzas prácticamente para darle la vuelta a una situación que lo estaba asfixiando vital y artísticamente. Ya no disfrutaba tocando en directo y apenas era capa de coger un bolígrafo y escribir unos versos decentes. Dylan cuenta cómo salió de ese pozo en el que se estaba ahogando, qué hizo para reinventarse de nuevo y catapultar una carrera que agonizaba hasta el lugar de privilegio en que se encuentra en la actualidad.
A diferencia de Tarántula, Crónicas vol. I es un libro claro y conciso, en algunos pasajes me atrevería a decir que llega a ser diáfano, que no se pierde en vericuetos lingüísticos, y que no necesita de dobles lecturas para comprenderlo en toda su extensión, un libro de una lucidez extrema, que atrapa al lector desde los primeros párrafos y ya no lo suelta hasta que se termina. Si los volúmenes siguientes van a ser de esta categoría literaria, que a nadie le quepa la menor duda: ya estamos deseando que se publiquen.

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