sábado, 31 de octubre de 2009

El día que hablé con Paul Auster



No es por tirarme el rollo, ni por vacilar sin ton ni son, pero yo, un día hablé con Paul Auster. Tampoco es que eso me quite el sueño, que conste, pero yo un día hablé con Paul Auster. De hecho, casi que no me acordaba de esa historia, pero hoy, leyendo un libro sobre la ciudad de Nueva York, el autor contaba que había ido a la presentación de la novela Tombuctú, en un local neoyorquino llamado The Screening Room, y allí había visto a Paul Auster, incluso le había firmado un ejemplar de la novela, pero no había cruzado con él ni media palabra. Yo, sin embargo, sin moverme de Granada, hablé con él.
Fue en mayo de dos mil cuatro. Auster había venido a la ciudad de la Alhambra invitado por la Fundación García Lorca a un acto literario en la Huerta de San Vicente. El acto consistió en una entrevista que le hizo un profesor de literatura norteamericana de la Universidad de Córdoba. Por supuesto, la conversación tuvo lugar en inglés. Y entre que la acústica no era demasiado buena y la perorata en la lengua de Shakespeare, la mayoría de las tropecientas mil personas que había en la Huerta, apenas entendieron ni jota. Por cierto, recuerdo haber visto por allí a Miguel Ríos. Bueno, a lo que íbamos. Yo sabía que el Sr. Auster iba a firmar ejemplares de su obra, porque en gran medida, a eso había venido a España, a promocionar su última novela, que era, si mal no recuerdo, la magistral La noche del oráculo. Antes de salir de mi casa estuve pensando qué libro llevar para la firma. No era cuestión de llevarme la bibliografía completa, pues eso, más que sorprenderlo, probablemente, lo que haría sería cabrearlo. Así que se me ocurrió llevar alguno de los que tenía en versión original. Sólo tenía dos: The New York Trilogy (La trilogía de Nueva York) y True Tales of American Life, un libro que, en realidad no había escrito él, sino que era el fruto de numerosas colaboraciones por parte de los oyentes de un programa de radio, y Paul Auster sólo había actuado como editor, y que en nuestro país se llamó Creía que mi padre era Dios. Este fue el libro que yo decidí llevar para que el gran novelista americano me lo firmara. La cola era de unas doscientas personas, pero yo, ni corto ni perezoso, me coloqué, esperando mi turno, en aquella larga serpiente de lectores austerianos, cada uno de ellos con su ejemplar de color amarillo entre las manos. Un inciso: ya sabéis que los libros de Paul Auster en España los publica la Editorial Anagrama en su colección Contraseñas, y que los libros de esta colección son de ese color. Auster estaba sentado tras la misma mesa donde se había desarrollado el acto literario. A su izquierda, su hija, que por esos días, debía andar por los quince años, más o menos. Era una chica de larga melena rubia y ojos azules, atractiva, de rostro dulce, bastante parecida a su madre, la escritora Siri Hustvedt. Yo me daba cuenta, mientras avanzaba la cola, que el escritor no hablaba con nadie, tomaba el libro entre sus manos, garabateaba algo y en menos de diez segundos lo devolvía a su propietario o propietaria. Cuando llegó mi turno, le di mi ejemplar de True Tales of American Life. Lo tomó entre sus manos. Miró la portada. Luego despacio le dio la vuelta. Levantó la mirada y me preguntó: Where did you buy it? (¿Dónde lo has comprado?) In Amsterdam, respondí yo (lo había comprado en un viaje que hice a la capital holandesa). Se lo pasó a su hija y le dijo algo así como que aquella era la edición europea en inglés de aquel libro. La verdad es que la cubierta del libro es bastante chula y sorprendente. Se trata de una fotografía del fotógrafo Elliot Erwitt, datada en 1959, en la que se ven tres tipos vestidos con trajes de bailarina, incluidos los tutús de color rosa, tomando una copa en la barra de un bar, de la manera más natural posible. La chica tomó el libro entre sus manos blanquísimas, le echó un vistazo, sonrió y le dijo a su padre que la foto era muy divertida. Luego le devolvió el libro, el padre lo tomó, lo abrió por el lugar donde iba a firmar y me estampó allí su nombre en tinta azul. Sólo dos palabras: Paul Auster. Casi ilegible. Me lo devolvió y yo, amablemente, le di las gracias. You are welcome, respondió Paul Auster. Y eso fue todo.
PS: Por cierto, ¿alguien puede decirme qué fue de la actriz Mira Sorvino?

viernes, 30 de octubre de 2009

El arte según Tom Waits



Cualquier arte debe sufrir retos, cambios, reinterpretaciones. Si no sobrevive, es que no vale la pena.

jueves, 29 de octubre de 2009

Nueva York, Nueva York

Acabo de leer estos días dos libros que, curiosamente, comparten protagonista: La ciudad de Nueva York. El primero de ellos se titula El puente desafinado (Baladas de Nueva York) y su autor es un joven escritor (poeta, periodista y narrador) guipuzcoano llamado Harkaistz Cano, y fue publicado en el año 2003 por la editorial Erein. El segundo, editado en el año 2006 por RBA Libros, S. A., responde al nombre de Historias de Nueva York. Su autor, el periodista Enric González. Ambos libros son bastante parecidos, pero completamente distintos. Me explico. Las similitudes empiezan en las características de los dos libros. Dos volúmenes breves (se leen en muy poco tiempo), repletos de jugosas anécdotas sobre la ciudad de Nueva York: Sobre sus habitantes, sus restaurantes, sus equipos de béisbol, sus alcaldes, sus mafiosos, su policía, su arte, sus taxistas, sus multimillonarios, sus imponentes rascacielos, sus traficantes de drogas, sus ratas, su basura, sus parques, sus puentes, su Wall Street, sus películas, su literatura, sus miles de olores y sabores, en definitiva, sobre esas calles que contienen el mundo entero sin salir de un espacio geográfico determinado. No en vano, cuenta González que entre los primeros cuatrocientos habitantes de Nueva York se hablaban dieciocho idiomas distintos, aunque todas estas personas procedían de Amsterdam.
A partir de ahí todo es distinto: Tanto Cano como González llegaron a la ciudad para trabajar como corresponsales de sus respectivos periódicos. El primero, en 1998: el segundo en el año 2000. El primero no vivió en directo la caída apocalíptica de las Torres Gemelas: el segundo, aunque estaba en el país, no estaba aquel fatídico 11 de septiembre en la ciudad de Nueva York. Así que tampoco la vivió in situ. El libro de Harkaistz Cano está escrito en primera persona, y cuenta, digamos, sus aventuras y desventuras durante un período más o menos de un año de estancia en Nueva York. Pero sus vivencias se ven salpicadas, aquí y allá, por jugosos datos sobre la gran urbe americana, curiosidades que sorprenden al lector. El libro de Enric González es más, en mi opinión, un tratado sociológico, histórico, deportivo (escrito con mucha amenidad, que nadie se asuste) sobre Nueva York. González, que fue corresponsal allí del diario El País, bucea en la historia de esta ciudad para tratar de comprender por qué es como es en nuestros días. En mi opinión ambos libros se complementan perfectamente y a cualquiera que le interese el tema debería leerlos uno detrás de otro.
Escribe Enric González al comienzo de su libro: “Los libros sobre ciudades suelen ser de dos tipos: embelesadas historias de amor o crónicas de una decepción.” Pues estos dos libros no son ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario. Totalmente recomendables.

sábado, 24 de octubre de 2009

Presentación en Granada de "Versos de alambre de espino"

El próximo día 5 de noviembre, a las siete de la tarde, en la Casa de los Tiros de Granada, tendrá lugar la presentación de mi poemario Versos de alambre de espino, con la intervención de Juanfran Molina, crítico musical y autor del prólogo. Después de sus palabras, leeré algunos poemas. Ni que decir tiene que estáis todas y todos invitados.

jueves, 22 de octubre de 2009

El juego de las versiones

Desde hace unos cuantos años, se han puesto de moda los discos de versiones en la música española. Numerosos artistas, como Martirio, que fue la pionera, Andrés Calamaro, Diego el Cigala, Mayte Martín, María Jiménez, Soledad Giménez y, más recientemente, Luz Casal y Pedro Guerra. Estos son algunos de los que se me ocurren así, a bote pronto. Hacer un disco de versiones, en sí mismo, no tiene porqué ser algo negativo, si se hace con buen gusto y el repertorio aporta algo a la carrera del intérprete. Pero es que últimamente se está convirtiendo en un auténtico coñazo. Y no porque los discos en sí sean malos, que no lo son. De hecho, algunos de ellos son bastante buenos. Lo malo del asunto, en mi opinión, es la selección del repertorio que conforma estos discos. En todos ellos aparecen siempre las mismas canciones. Como muestra, un botón: “Volver”, el maravilloso tango que popularizó Carlos Gardel, ha sido versionado en los últimos años por Chano Lobato, Martirio, Calamaro, Estrella Morente, y seguro que otros muchos más que se me olvidan y/o desconozco. Y para colmo, todas estas versiones, son más o menos iguales, carecen por completo de riesgo, no hay en ellas lugar a la experimentación, a la novedad. Mucho me temo que si esto sigue así, al final acabaremos (al menos acabaré yo) odiando temas tan maravillosos como este. Otros ejemplos: “La bien pagá”, “Ojos verdes”, “El día que me quieras”, “Alfonsina y el mar”, “Procuro olvidarte”, “Corazón loco”, etc. Parece como si el cancionero hispanoamericano, tan rico, tan extenso, tan sutil, no existiese más allá de esas (por otro lado, extraordinarias) canciones. Y yo me planteo que en vez de recurrir siempre a los mismos boleros, a los mismos tangos, al mismo folklore, ¿por qué no se hacen versiones de autores tales como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Antonio Vega, Carlos Cano, Cecilia, Jeanette, Vainica Doble, CRAG, Santiago Auserón, Aute, Roberto Polaco Goyeneche, Kiko Veneno o Rubén Blades, por citar sólo a algunos de los más importantes? Tomemos como ejemplo los dos discos que Enrique Urquijo y Los problemas hicieron antes de la muerte de Enrique. Son dos discos, sobre todo el primero, repletos de versiones, pero de canciones más o menos raras, o al menos no tan manidas como las que citábamos antes. Así, es toda una sorpresa escuchar un tema como “El hospital”, de Nacho Canut y Carlos Berlanga, con esos arreglos de acordeón, y cantado por la peculiar voz de Enrique. Lo mismo ocurre con “Sábado noche”, el tema de Moris, o “María la portuguesa”, la canción que más fama dio a Carlos Cano, o el “Para vivir” de Milanés, interpretado por Enrique. Esto demuestra que si el juego de las versiones se hace con respeto, buen gusto y conocimiento de causa, todo está permitido. Que la industria musical tome nota, please.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El origen del dinero




“El dinero me lo ha dado Dios”

John Davison Rockefeller (1839-1937), multimillonario estadounidense, que llegó a ser, en su época, el hombre más rico del mundo.

martes, 20 de octubre de 2009

La última película de James bond

La última película
de James Bond
ha costado
ciento ochenta
millones de euros
o si lo prefieres
doscientos treinta
millones de dólares.
Según Médicos Sin Fronteras
con ese dinero
podrían recibir
alimentación terapéutica diaria
cientos de miles de niños
durante varias semanas,
en África,
Sudamérica
y otras zonas
eternamente olvidadas
del lado chungo
del mundo.
Mejor me callo
y no sigo por ese camino
porque se me revuelven las tripas
y no faltará quien me acuse
de ser un demagogo.


(Para el poeta Antonio Praena, a quien como a mí, las injusticias le revuelven las tripas.)

A pesar de todo...

Hay días en los que sólo los pequeños detalles importan. Hay días en los que a pesar del mundo en el que vivimos, de los políticos que nos (des)gobiernan, del Fondo Monetario Internacional, de las hipotecas, de la Consejería de Educación, del cambio climático mundial, del caso malaya y del caso gurtel, del Canal Sur y sus programas cutres, sus presentadores cutres, su andalucismo cutre, a pesar de los talibanes de la Conferenica Episcopal, de los telediarios, de los suplementos dominicales, del premio planeta, del premio nobel de la paz, del paro galopante en Andalucía, en general, y en la provincia de granada, en particular, de la estupidez humana hecha carne y verbo, a pesar de todo esto y mil cosas más, hay días como digo, en que un estribillo de una canción de Miqui Puig, escuchado en tu coche cuando vas a trabajar, por ejemplo, te alegran el día. Y es que cuando uno escucha esos coros soul dándole la bienvenida a su "hermosa mañana", a uno la vida no le parece la puta mierda que es en realidad. En fin, seguiremos informando...

lunes, 19 de octubre de 2009

Las obsesiones de Quim Monzó

El último libro de Quim Monzó (Barcelona, 1952) se titula El mejor de los mundos, un nombre rebosante de ironía, porque cuando uno se adentra en sus páginas, resulta más que evidente que ése no puede ser el mejor de los mundos posibles. A Monzó ya lo conocíamos por algunas de sus obras anteriores, especialmente, La magnitud de la tragedia, aquella novela en que el protagonista sufre un caso terrible de priapismo (es decir, que el tipo tiene una erección permanente) con el que tiene que aprender a convivir, y sobre todo, por El porqué de las cosas, en mi opinión, una de las mejores colecciones de relato corto que se hayan escrito por estos lares. Ah, no lo he dicho todavía pero para quien no lo sepa, Monzó escribe en catalán. En esta ocasión, el propio autor se ha encargado de la traducción, algo que nunca hasta este momento había hecho con su propia obra, aunque sí con la de otros autores.
El mejor de los mundos está formado por catorce relatos. En la primera parte, siete; en la tercera, seis, algo más breves. Entre ambas, una novela corta, “Ante el rey de Suecia” sobre la que recae el peso específico de todo el libro. Uno de los temas favoritos de Monzó es la muerte. Al menos cuatro relatos de este libro la tratan de manera específica. “Mi hermano” es el primer cuento del libro. En él se nos cuenta cómo un chico muere en plena comida de Navidad. No obstante, su familia, hace como si esto no hubiese ocurrido, y el chico muerto sigue viviendo por vida interpuesta. “Vacaciones de verano” es uno de los relatos más crueles que he leído en mi vida. Una mujer embarazada de ocho meses pierde a su bebé, pero el médico decide que es mejor dejarlo en su vientre hasta que nazca de manera natural. Al nacer, tienen que practicarle la autopsia pero como ha nacido en viernes, ya no podrá hacerse hasta el lunes. El padre se lo tiene que llevar, envuelto en plástico, a casa y meterlo en el frigorífico. “La vida perdurable” es un ejercicio de humor negro, donde se parodia el nivel de paranoia al que esta sociedad ha llegado con el cáncer. También en “El niño que se tenía que morir” el humor negro se entremezcla con la mala leche que destila la mirada del niño/narrador al que sólo importan los juguetes que se quedarán desangelados cuando su amigo haya muerto.
Otra de las obsesiones recurrentes del autor de Melocotón de manzana es el lenguaje, su capacidad para enredarnos, para confundirnos. Por ejemplo, en el relato “Mamá”, a un niño le dicen en el colegio “hijo de puta” y el niño entiende literalmente que su madre es, efectivamente, una prostituta. Esto lo leva a una situación de angustia vital difícil de superar. También el relato “La cerillera” tiene que ver con el lenguaje, ya que es una historia metalingüística, un cuento dentro de otro cuento, algo a lo que Monzó ya nos tenía acostumbrados. Un tercer tema habitual de los libros de Quim Monzó es lo absurdo de la vida cotidiana, lo estúpida y ridícula que puede llegar a ser estar vivo. En “Fregando platos”, una pareja no puede librarse de una visita pelma en su lugar de veraneo, por mucho que lo intenta. En “El accidente” un hombre que, de manera fortuita, ha atropellado a una anciana, tiene que soportar la violencia desatada de los que por allí se encuentran.
Como ya hemos dicho, el pilar básico de este libro recae en la novela corta “Ante el rey de Suecia”. La figura central del relato es el poeta catalán Amargós, un tipo paranoico, que vive obsesionado con la idea de ganar el premio Nobel. Se ve obligado a cambiar de domicilio, y va a parar a un bloque de pisos donde todos los que viven son de estatura baja. Aunque al principio está decidido a defender su individualidad a capa y espada, acaba comprendiendo que será mucho mejor para él integrarse en la masa.
El mejor de los mundos es una magnífica colección de cuentos, repletos de humor negro (humor al fin y al cabo) y de un lirismo intenso, donde Kafka, Hitchcock, Borges, Canetti o Chejov se mezclan para dar como resultado a Quim Monzó, personal e intransferible.

sábado, 17 de octubre de 2009

Las aberraciones del sistema capitalista

El pasado viernes pasaron en el programa "Versión Española" de La 2, la película El método, dirigida por el director argentino Marcelo Piñeyro y basada en la obra teatral de Jordi Galcerán. Por motivos que no vienen al caso, se me escapó cuando fue estrenada en las salas de cine, así que ayer a las diez de la noche estaba sentado delante de la pantalla de mi televisor para ver la que, intuía, sería una gran película. Y es que una peli en la que se junta tal elenco de actores y actrices (Carmelo Gómez, Adriana Ozores, Eduardo Noriega, Natalia Verbeke, Ernesto Alterio, Eduard Fernández, Najwa Nimri Pablo Echarri) y dirigidos todos ellos pro un director que cuenta en su haber con películas de la grandeza de Caballos salvajes o Tango feroz, a la fuerza tiene que ser buena.
Dejando a un lado los hallazgos cinematográficos de la película, que los tiene y bastante buenos, lo que de verdad me subyugó fue lo que se cuenta en la pantalla. Un grupo de gente, cuatro hombres y dos mujeres, todos ellos directivos de otras empresas, son convocados a una prueba para hacerse con un puesto de trabajo mejor, se supone, que el que ya tienen. Al iniciarse la prueba les hacen firmar unos documentos informándoles de que serán evaluados según el Método Gronhölm. Por supuesto, nadie tiene ni idea de en qué consiste dicho método de selección de personal. Pero todos acceden. A medida que avanza la película, van descubriendo, o mejor dicho, vamos descubriendo, todos a un tiempo, aspirantes y espectadores, cuáles son las características del dichoso método: son los propios demandantes, mediante una serie de pruebas, quienes van decidiendo quién sigue adelante o quién es expulsado de la sala, perdiendo todas las posibilidades de conseguir el empleo. Ah, se me olvidada, ente ellos hay un caballo de Troya de la empresa, que está allí para dinamizar, que dirían ellos, el trabajo sucio. La película es una denuncia del sistema capitalista, de sus malas artes, de su deshumanización, de su ambición sin límites, de sus aberraciones con respecto a los trabajadores. La empresa hará todo —sea lícito o no— cuanto esté en sus manos para ver con qué tipo de gente está tratando. Y en cuanto a los aspirantes, qué se puede decir de semejante fauna. Todo vale con tal de conseguir el empleo, parece ser el lema de todos ellos. No importa si tienen que delatar a algún compañero, no importa cuántos codazos habrá que dar para abrirse paso, no importan los cadáveres que vayan quedando en el arcén. Aquí nadie entra a valorar las consecuencias morales de sus decisiones, con tal de ser el elegido o la elegida. El colmo de la degradación llega cuando a la hora del almuerzo, la empresa les lleva comida en mal estado. Y todos acaban comiéndola —o mejor dicho, engulliéndola— porque piensan que eso, precisamente, es lo que la empresa espera de todos y cada uno de ellos. Lo peor del caso es que según contó el director de la película en el debate posterior a su emisión, todo está basado en hechos reales e incluso se cortaron un poco a la hora de plasmarlo en el guión, porque en ese tipo de selección de personal se les piden a los aspirantes cosas tan increíbles que dejan de ser verosímiles. De cualquier manera, no hay que ser un lince para saber que eso es así, lo estamos viendo todos los días en nuestros centros de trabajo. Me contaba hace poco un amigo que es empleado de unos grandes almacenes de este país, que durante la última huelga general que hubo en España, la dirección de la empresa reunió a toda la plantilla unos días antes y les dijeron, así, con todas la letras y sin cortarse un pelo, que el derecho a la huelga era, efectivamente, un derecho, pero que en esa empresa, se valoraría muy positivamente a las personas que no lo secundaran. Con la precariedad laboral que tenemos encima y con los sindicatos mayoritarios que nos representan, no hace falta decir que allí nadie fue a la huelga.
He hablado al principio del grupo de actores y actrices de la película: Están todos muy bien (coño, si hasta Najwa Nimri, la actriz más plana que existe en este país, se salva), pero para mí, destacan dos sobre todos los demás: Eduard Fernández, un pedazo de actor como la copa de un pino —todavía me conmueve su actuación el Smoking room, otra película en la misma onda que El método—, y sobre todo, la inconmensurable Adriana Ozores: Esta mujer ha ido creciendo como actriz película a película. Yo no tengo dudas de que, hoy por hoy, es la mejor actriz española. El día que trabaje con Pedro Almodóvar, todo el mundo se dará cuenta. Mientras tanto, sólo unos pocos lo decimos. Aquí tiene un papel cortito, pero intenso. Con esa mirada y esa elegancia natural que la caracteriza, no cabe duda, de que es maravillosa.
En resumen, que mi intuición no me falló y pasé un par de horas de puta madre viendo El método. Lo malo es que mientras dormía he tenido una terrible pesadilla. He soñado que el sistema capitalista me engullía hasta tal extremo que me nombraban director de selección de personal de El Corte Inglés. Uf, qué miedo.

viernes, 16 de octubre de 2009

El hermano de Paco Loco

Para contar esta historia necesitamos, en primer lugar, unas coordenadas espacio-temporales. El lugar es el aeropuerto de Lisboa. El tiempo, puede ser, por ejemplo, el penúltimo fin de semana del mes de julio de este mismo año. También necesitamos un protagonista. Ahí va: Nuestra protagonista (a partir de ahora, la protagonista) es una mujer. Treinta y tantos años. Guapa. Ojos hermosos, una mirada que denota una inteligencia bastante superior a la media. Viste vaqueros (ella, con toda seguridad, los llamaría tejanos) desgastados y una camiseta roja, con la leyenda "united colors of benetton" escrita en blanco, a la altura de las tetas. Calza unas sandalias que dejan ver unos pies delicados. Es ejecutiva de una gran empresa (Directora general de no sé qué, para más señas) que gestiona, pongamos por caso, seguros. Sí, eso nos vale. Pero no está en Lisboa por trabajo. Está pasando unos días de descanso. No sabría explicar por qué eligió esa ciudad europea para sus vacaciones. Pero allí está. Ahora regresa a su casa. Para el desarrollo de nuestra historia no es importante su lugar de origen, por tanto, lo obviamos. Nuestra protagonista está sentada esperando su avión. Sostiene un libro en las manos. Es un pequeño libro de bolsillo, de color verde: El gran sueño del paraíso, de Sam Shepard. Creo que ese nos puede servir. En el momento que empieza esta historia, ella está leyendo un relato titulado "Viviendo según el cartel". Va por la página 78, exactamente por esta frase: "...pero ella no estaba por ninguna parte." En este punto exacto comienza nuestro relato.

Un tipo se acerca caminando hasta donde nuestra protagonista está sentada, enfrascada en su libro de Shepard. Su andar, el del tipo, por supuesto, es pausado. Se sienta a su lado. Viste completamente de negro: vaqueros negros, camisa de manga corta, botas. Luce gafas de sol oscuras. Lleva el pelo largo recogido en una coleta. De repente, dice, con una voz suave y ademanes educados que su hermano es Paco Loco. Esa es su primera frase. Mi hermano es Paco Loco. Luego añade: Vengo de El Puerto de Santa María, de su casa. Continúa su charla y le dice a la mujer que Nacho es un tío cojonudo. Y apostilla: Tiene un local de copas en Gijón. Luego le toca el turno a un tal Enrique, aunque de éste no habla tan bien. Confiesa que su hermano, durante la grabación de El tiempo de las cerezas, acabó hasta los cojones (lo dice así, hasta los cojones, recalcando la palabra cojones) de él. Luego, saca un cigarrillo y se lo pone en la boca. No lo enciende. Sólo lo coloca en la boca, como jugando con él. Añade: Mi hermano no se llama Paco Loco. Nadie en el mundo se puede llamar así. En realidad su nombre es Francisco Martínez. Si alguna vez necesitas su estudio de grabación, sólo cuesta 300 euros al día, pero en el precio va incluida la piscina, la comida y la cama para todos los músicos. La mujer piensa que es un buen precio, pero sólo si la grabación es en verano. De lo contrario, no se explica para qué coño quiere uno la piscina. Pero se abstiene de hacer ningún comentario. De todas formas no tiene pensado por ahora grabar ningún disco. Pero no está de más saberlo, piensa. Durante unos minutos, los dos permanecen en silencio. De pronto, el tipo, el que asegura ser hermano de Paco Loco, se levanta y dice: Ha sido un placer conocerte. Lo mismo digo, contesta la mujer. Y ella sigue leyendo por donde se había quedado.

...jamás

… jamás en el dominio

de la conformidad,


donde la vida se doblega, nunca.


Ángel González

jueves, 15 de octubre de 2009

El taxista de anoche


El taxista de anoche
se parecía a Tom Waits
Diego Vasallo

Anoche tenía prisa, mucha prisa, así que no me quedó más remedio que hacer algo que sólo hago en casos de necesidad extrema: tomar un taxi. Cuando me senté en el asiento trasero y mi mirada se cruzó en el espejo con el rostro del taxista, me di cuenta de que, como le ocurría a Diego Vasallo en la canción “Las huellas borradas”, mi taxista también era clavadito a Tom Waits. Te juro por el padre de Lisbeth Salander que me quedé alucinado o, como se dice en estos tiempos de botellón indiscriminado, lo flipé. El tipo lucía el mismo no-peinado, la misma mirada cuestionándose el mundo a su alrededor, las mismas patillas canosas, la misma perilla bajo su labio inferior, el mismo tatuaje en el brazo derecho... Joder, también llevaba un sombrero como los que usa Tom y una camiseta blanca de tirantes, como le gustan al viejo Tom. ¿A dónde vamos, amigo?, me preguntó con esa voz del tipo aguardentosatabaqueratomwaitsiana que tanto nos gusta a los seguidores del cantante californiano. Ya te digo, Tom Waits en persona. ¿Será que últimamente todos los taxistas, desde Donosti a Granada, se parecen al viejo Tom? Debe ser cosa del cambio climático

viernes, 9 de octubre de 2009

Raymond Chandler, el último romántico

En 1939, Raymond Chandler (Chicago, 22 de julio de 1888 - La Jolla, California, 26 de marzo de 1959) publicó El sueño eterno, la primera de una serie de siete novelas policíacas protagonizadas por el detective Philip Marlowe. En años sucesivos, aparecerían otras novelas protagonizadas por el mismo detective, como Adiós, muñeca (1940), La ventana alta (1942), La dama del lago (1943), Mi hermana pequeña (1949), El largo adiós (1953) y Playback (1958). En todas ellas, el personaje de Marlowe iba mostrando atisbos de una personalidad dura y violenta, cínica y descreída, pero idealista, e incluso, sentimental y romántica a un tiempo. Con esta serie de novelas, Chandler ponía la piedra angular de una tendencia literaria imperante en la ficción norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Nos estamos refiriendo a la hard boiled fiction (1), un subgénero dentro de la etiqueta más amplia de novela negra, que había irrumpido algunos años antes con las novelas Cosecha roja y El halcón maltés, de Dashiell Hammett.

En las novelas y relatos breves de Chandler —como ocurriera con las obras de su maestro Dashiell Hammett— hallamos un nuevo tipo de detective que, poco o nada, tiene que ver con los viejos modelos creados en el siglo XIX por el americano Edgar Allan Poe, en relatos magistrales del género como La carta robada o Los crímenes de la rue Morgue, y el británico Arthur Conan Doyle, padre del detective más famoso de la historia, el inigualable Sherlock Holmes, donde se imponía el razonamiento, la deducción lógica y la inteligencia a la hora de resolver los asesinatos, en novelas míticas como Estudio en Escarlata o El perro de los Baskerville.

En la obra de Raymond Chandler, la ciudad de Los Ángeles adquiere una importancia vital, casi como de personaje principal, y en ella podemos encontrar un mundo poblado por seres solitarios, perdedores y criminales de toda condición y pelaje. Ni siquiera el propio detective es ajeno a ese submundo en el que la violencia y el chantaje dominan cada estamento de la sociedad. Raymond Chandler, como por arte de magia, transforma el sueño americano en una gran pesadilla repleta de narcóticos, juego, violencia sexual, misoginia y mil ingredientes más de la peor calaña. Todo está supeditado al poder. No hay nadie que sea capaz de enfrentarse cara a cara con él, y si lo hay, con toda seguridad, fracasará estrepitosamente. Y es ahí donde surge la figura de Philip Marlowe, un ex policía expulsado del cuerpo por decir siempre lo que piensa, un Quijote moderno de la ciudad de Los Ángeles dispuesto a enfrentarse una y mil veces en solitario contra los molinos de viento, aunque cada dos por tres se lleve algún que otro puñetazo, una gran paliza o incluso ponga en juego la propia vida.


El escritor mejicano Carlos Fuentes escribió a propósito de la figura del detective Philip Marlowe:


Héroe solitario, autodidacta, infinitamente adaptable a las circunstancias, centro de una red de informaciones, amo del soliloquio. El hombre solo contra un poder enmascarado que el detective privado se propone desenmascarar, a sabiendas de que combate contra una hidra de mil cabezas y que su desinterés no basta para disfrazar su desilusión.


El propio detective ofrece al lector esta descripción de sí mismo:


Soy detective privado y tengo mi licencia desde hace bastante tiempo. Soy un tipo solitario. He estado en la cárcel más de una vez y no me ocupo de divorcios. Me gusta la bebida, las mujeres, el ajedrez y algunas otras cosas. No soy muy del agrado de los polis, pero conozco a un par de ellos con los que me llevo bien. Soy hijo natural, nacido en Santa Rosa, mis padres han muerto, no tengo hermanos ni hermanas, y si alguna vez llegan a dejarme tieso en una callejuela oscura, como puede pasarle a cualquiera en mi trabajo, y en estos días que corren a mucha otra gente que se ocupa de cualquier cosa o de ninguna, nadie, ni hombre ni mujer, sentirá que ha desaparecido el motivo y fundamento de su vida.


Este párrafo pertenece a la que pasa por ser su mejor novela, El largo adiós. Considerada por la crítica como una de las pocas obras del género policíaco que alcanzan la categoría de literatura de primer orden. En opinión de Manuel Valle, autor de un minucioso estudio de la obra chandleriana titulado El signo de los cuatro: Raymond Chandler. Alma, corazón y vida, El largo adiós, representa, sin ningún género de dudas,


(…) la culminación de la narrativa chandleriana. Es su texto más largo, más denso, más emblemático, pero a la vez es la novela más extraña de la serie. Como señala Frank McShane, se trata de su obra más ambiciosa (…)


El largo adiós fue escrita durante un período de tiempo rebosante de problemas personales, sobre todo relacionados con la salud de su esposa. Sobre esto, piensa Manuel Valle que:


Chandler había escrito El largo adiós mientras ella (Cissy, su esposa) se estaba muriendo. Luego trató de suicidarse, aunque el propio miedo le impidió acabar con su vida. Nunca consiguió rehacerla del todo y anduvo siempre entre la depresión y la enfermedad.


En esta obra maestra de la literatura norteamericana, Raymond Chandler dejó a un lado los tópicos del género para ofrecer al lector un relato desesperanzado y emotivo, con un estilo realista que recuerda en muchos pasajes al mejor Ernest Hemingway, el de novelas grandiosas como Tener y no tener y, cómo no, al de ese extraordinario relato breve llamado Los asesinos. No en vano, Raymond Chandler manifestó en más de una ocasión, el respeto que sentía por la figura de Ernest Hemingway, especialmente por las obras de su primera etapa. Además, en Adiós, muñeca, Chandler rinde un pequeño homenaje al autor de El viejo y el mar, al llamar “Hemingway” a uno de los policías de Bay City.

Chandler confesaba a propósito de esta novela:


No me importaba que el misterio resultara bastante obvio; me importaba la gente, este mundo extraño y corrompido en el que vivimos, y cómo al final cualquiera que intente ser honrado queda como un sentimental o como un vulgar idiota.


No es de extrañar, pues, que autores europeos de reconocido prestigio, como André Gide, André Malraux o el mismísimo Albert Camus, pregonaran a los cuatro vientos su veneración por Raymond Chandler y, sobre todo, por El largo adiós, antecedente directo del existencialismo francés de los años cincuenta o del realismo sucio norteamericano de la década de los ochenta. Así mismo, Hollywood se nutrió durante años de estos relatos para realizar algunas de las películas más fascinantes de la historia del cine, que ya pertenecen a la memoria colectiva de varias generaciones. El largo adiós, un libro que ya ha alcanzado la categoría de clásico. Un libro de los que crean escuela. Un libro de los que no dejan indiferente al lector avispado.


1 En un artículo publicado en el diario ABC el día 22 de junio de 2007, Luis Alberto de Cuenca, explicaba que “en la década de los veinte, (…) comenzó a gestarse una corriente muy novedosa que ampliaba las fronteras del género y, al mismo tiempo, lo teñía de un rigor crítico y de un carácter de denuncia social del que antes carecía, todo ello en las páginas de la revista Black Mask, publicación pulp donde echó a andar la estética de la «novela negra», también llamada Hard Boiled Fiction, que tuvo y tiene en Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Chester Himes y Jim Thompson cuatro de sus nombres más significativos.” A los nombres citados por de Cuenca, hay que añadir otros nombres no menos importantes para el desarrollo del género, como George Harmon Coxe, W. R. Burnett, o el gran James M. Cain, autor de la celebérrima El cartero siempre llama dos veces, una de las obras cumbres de la literatura negra.

jueves, 8 de octubre de 2009

Octubre

En las tardes sangrantes de octubre
me gusta pasear por la playa
de la mano de mi tristeza.
Allí nos cruzamos con niños
que juegan con cometas
de formas extrañas,
que dibujan garabatos
imposibles en el cielo,
mecidas, a capricho,
por el viento otoñal.

Mi tristeza y yo nos paramos
y miramos a lo lejos
y nos perdemos
en el rumor azul del horizonte,
esperando que aparezcan las ballenas.

Pero nunca se cumplen nuestros sueños.

(Este poema pertence a mi libro Versos de alambre de espino, publicado este mismo año por la Editorial Alhulia)

martes, 6 de octubre de 2009

Azul

Mi niña es azul
como los sueños que se sueñan
de madrugada,
azul como un libro
de Rubén Darío,
azul como el sonido azul
de una guitarra.
Es azul
como los corazones,
como las estrellas,
como las manzanas.
Azul como las piedras
que alfombran los senderos,
o la luz eléctrica,
o la amistad,
o las caricias azules
de los que aman.
Mi niña es tan azul
como una película francesa,
pero más azul que la lluvia,
más que el frío invernal,
mucho más que todas las lágrimas
derramadas.
Es azul como un blues o una nana,
como el vino,
como la sangre,
como un pájaro que sale de mi pecho
y escapa por la ventana,
volando, hacia la playa.
Azul
como los cuentos de hadas,
como las brujas,
como la luna,
como la risa.
Azul
como este poema
que es azul
como mi niña.


(Para mi pequeña Adela, que hoy cumple seis años.)

lunes, 5 de octubre de 2009

El adiós de Mercedes Sosa

Ayer domingo, murió a los setenta y cuatro años de edad, la gran cantante argentina Mercedes Sosa, sin duda, una de las voces más hermosas y personales de toda América Latina y pionera a la hora de poner música y cantar los poemas inmortales de la poesía Hispanoamericana. Grabó más de cincuenta discos en una carrera que se ha extendido durante cuatro décadas, aunque con períodos oscuros, por ejemplo, en los años setenta, durante la dictadura de Videla, cuando se tuvo que exiliar porque se le prohibió cantar en su país, y ya se sabe, hacerle eso a un cantante es como cortale las alas a un pájaro. Mercedes Sosa deja un legado artístico impresionante. Canciones como "Sólo le pido a Dios", "Gracias a la vida" o "Alfonsina y el mar" pedurarán por siempre el el imaginario colectivo de todo un continente y de un idioma, el castellano. Descanse en paz.

sábado, 3 de octubre de 2009

EL CORAZÓN: MANUAL DE INSTRUCCIONES

Dada la naturaleza frágil, dionisíaca e inconsistente
de este órgano, así como la función vital
para la que fue diseñado en un primer momento,
se recomienda encarecidamente al usuario
ser extremadamente cuidadoso con él.
Bajo ningún concepto debe someterlo
a emociones extremas, ni por supuesto,
a temperaturas demasiado elevadas.
Se aconseja no entregarlo a los primeros ojos
bonitos que se crucen en el camino,
pues ésa es la causa principal de deterioro.
En la medida de lo posible se le dejará puesta
la coraza metálica que lo recubre.
Esto evitará males peores. Por último,
no se olvidará, pase lo que pase,
ponerlo a buen recaudo cada vez
que alguien, con voz dulce y suaves ademanes,
nos lo pida prestado. Nota:
El fabricante no se hace cargo
de los desperfectos derivados
de un mal uso de estas indicaciones.

(Poema incluido en mi libro Desorden)