lunes, 19 de octubre de 2009

Las obsesiones de Quim Monzó

El último libro de Quim Monzó (Barcelona, 1952) se titula El mejor de los mundos, un nombre rebosante de ironía, porque cuando uno se adentra en sus páginas, resulta más que evidente que ése no puede ser el mejor de los mundos posibles. A Monzó ya lo conocíamos por algunas de sus obras anteriores, especialmente, La magnitud de la tragedia, aquella novela en que el protagonista sufre un caso terrible de priapismo (es decir, que el tipo tiene una erección permanente) con el que tiene que aprender a convivir, y sobre todo, por El porqué de las cosas, en mi opinión, una de las mejores colecciones de relato corto que se hayan escrito por estos lares. Ah, no lo he dicho todavía pero para quien no lo sepa, Monzó escribe en catalán. En esta ocasión, el propio autor se ha encargado de la traducción, algo que nunca hasta este momento había hecho con su propia obra, aunque sí con la de otros autores.
El mejor de los mundos está formado por catorce relatos. En la primera parte, siete; en la tercera, seis, algo más breves. Entre ambas, una novela corta, “Ante el rey de Suecia” sobre la que recae el peso específico de todo el libro. Uno de los temas favoritos de Monzó es la muerte. Al menos cuatro relatos de este libro la tratan de manera específica. “Mi hermano” es el primer cuento del libro. En él se nos cuenta cómo un chico muere en plena comida de Navidad. No obstante, su familia, hace como si esto no hubiese ocurrido, y el chico muerto sigue viviendo por vida interpuesta. “Vacaciones de verano” es uno de los relatos más crueles que he leído en mi vida. Una mujer embarazada de ocho meses pierde a su bebé, pero el médico decide que es mejor dejarlo en su vientre hasta que nazca de manera natural. Al nacer, tienen que practicarle la autopsia pero como ha nacido en viernes, ya no podrá hacerse hasta el lunes. El padre se lo tiene que llevar, envuelto en plástico, a casa y meterlo en el frigorífico. “La vida perdurable” es un ejercicio de humor negro, donde se parodia el nivel de paranoia al que esta sociedad ha llegado con el cáncer. También en “El niño que se tenía que morir” el humor negro se entremezcla con la mala leche que destila la mirada del niño/narrador al que sólo importan los juguetes que se quedarán desangelados cuando su amigo haya muerto.
Otra de las obsesiones recurrentes del autor de Melocotón de manzana es el lenguaje, su capacidad para enredarnos, para confundirnos. Por ejemplo, en el relato “Mamá”, a un niño le dicen en el colegio “hijo de puta” y el niño entiende literalmente que su madre es, efectivamente, una prostituta. Esto lo leva a una situación de angustia vital difícil de superar. También el relato “La cerillera” tiene que ver con el lenguaje, ya que es una historia metalingüística, un cuento dentro de otro cuento, algo a lo que Monzó ya nos tenía acostumbrados. Un tercer tema habitual de los libros de Quim Monzó es lo absurdo de la vida cotidiana, lo estúpida y ridícula que puede llegar a ser estar vivo. En “Fregando platos”, una pareja no puede librarse de una visita pelma en su lugar de veraneo, por mucho que lo intenta. En “El accidente” un hombre que, de manera fortuita, ha atropellado a una anciana, tiene que soportar la violencia desatada de los que por allí se encuentran.
Como ya hemos dicho, el pilar básico de este libro recae en la novela corta “Ante el rey de Suecia”. La figura central del relato es el poeta catalán Amargós, un tipo paranoico, que vive obsesionado con la idea de ganar el premio Nobel. Se ve obligado a cambiar de domicilio, y va a parar a un bloque de pisos donde todos los que viven son de estatura baja. Aunque al principio está decidido a defender su individualidad a capa y espada, acaba comprendiendo que será mucho mejor para él integrarse en la masa.
El mejor de los mundos es una magnífica colección de cuentos, repletos de humor negro (humor al fin y al cabo) y de un lirismo intenso, donde Kafka, Hitchcock, Borges, Canetti o Chejov se mezclan para dar como resultado a Quim Monzó, personal e intransferible.

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