lunes, 30 de noviembre de 2009

He de hallar...

He de hallar el modo de desengancharme.
Soy consciente de mi fragilidad.
Y de su fuerza.
He de olvidarla.
Cueste lo que cueste.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Yonqui

Lo admito.
Sin reservas.
Soy un yonqui.
No puedo vivir
sin tu dulce sabor.
Te necesito
como al aire
que respiro.
Si no te tengo,
me pongo nervioso,
siento unos terribles espasmos,
sudo y vomito.
Y entro en estado febril.
Debo salir a buscarte,
dondequiera que estés.
Cuando por fin te consigo,
me tranquilizo.
Y pasa el malestar.
Te toco y todo es distinto.
Te siento y me transformo
en otro ser.
Soy adicto a ti.
Es terrible.
Ser un yonqui de tu amor.


Este poema está incluido en mi primer libro de poemas, Los Poemas del frío (Ediciones Osuna, 2000).

martes, 24 de noviembre de 2009

Capitanes a los quince

Capitanes de quince años que fuimos
para ser ahora dos desconocidos

Golpes Bajos
También nosotros fuimos capitanes a los quince,
intentando tomar al abordaje las naves de la felicidad.
Libertad absoluta en los interminables días
de un caluroso verano. Juegos y peleas,
bicicletas por el campo, y sobre todas las cosas,
nuestra amistad. En aquella época
en la que despertábamos de un invernal letargo,
vivir era para nosotros un mágico juego iniciático.
Nuestros sentidos permanecían atentos
a cada novedad, pues desperdiciar siquiera,
un átomo de vida, suponía un acto de alta traición
hacia nosotros mismos. Nada había más importante
que la conexión invisible que nos unía.
Nadie podía interponerse entre tú y yo,
porque significábamos todo.
Juntos aprendimos a defendernos de los males
que acechaban en la noche oscura.
Y juntos comprendimos que la memoria
de la niñez también lleva impresa
una fatídica fecha de caducidad.

Este poema está incluido en mi libro Desorden publicado en una edición no venal en el año 2002 por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Salobreña. Este libro es completamente inencontrable.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La vida al límite

El sábado estuve en el cine viendo Celda 211, la nueva película del director Daniel Monzón, interpretada por Luis Tosar, Alberto Ammann y Antonio Resines, entre otros. Si mal no recuerdo, esta es la tercera película que dirige Monzón, después de El corazón del guerrero y de La Caja Kovak. Y aquí sí que se puede decir aquello de que a la tercera va la vencida. Menudo peliculón ha rodado Daniel Monzón. Basada en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul (novela que no he leído, por cierto, pero que trataré de leer en breve) y con guión del propio Daniel Monzón y de Jorge Guerricaechevarría, la peli narra la historia de un motín carcelario en la prisión de Zamora, motín que estalla precisamente el día que, Juan, un nuevo funcionario de prisiones, está a punto de empezar a trabajar en dicha cárcel. Por una de esas casualidades que tiene la vida, el nuevo funcionario de prisiones se ve envuelto en todo el embrollo y el tío se la juega haciéndose pasar por un nuevo preso. No voy a contar nada más. Sólo decir que Luis Tosar interpreta a Malamadre, el preso que dirige el motín, y más o menos, el rey de la cárcel. Un tío súper violento, sin nada que perder, y al que le importa todo, tres leches. Tosar está inconmensurable. Sinceramente, no creo que un actor pueda hacer un trabajo actoral mejor que el de Luis Tosar en esta película. Llevaba yo mucho tiempo sin ver una interpretación tan real, tan creíble, tan emocionante, tan visceral, tan al límite. En mi opinión, el tío está al mismo nivel que un Robert de Niro en Toro salvaje, un Al Pacino en El precio del poder, o un Javier Bardem en No es país para viejos. Pero no sólo Tosar. El resto del reparto está genial. Alberto Ammann interpretando a Juan Olivier, el funcionario de prisiones que, poco a poco, se va transformando; o Antonio Resines, dando vida a Utrilla, otro carcelero, éste violento y macarra, que se pasa las leyes por el arco del triunfo. Por cierto, visto con la perspectiva que da el tiempo, este es el cuarto o quinto papel extraordinario que le recuerdo a Resines, después de sus interpretaciones en, por ejemplo, La buena estrella o La caja 507.
Yo no he pisado una cárcel en mi vida, ni siquiera de visita y no sé si lo que cuenta esta película es real o no, pero lo que tengo clarísimo es que es totalmente verosímil. Todo me resulta creíble, el comportamiento de los presos, su manera de hablar, de moverse, ese ambiente opresivo, claustrofóbico que se debe respirar entre las paredes de una prisión, etc. Lo mismo me sucede con los funcionarios y con el director de la prisión. Si las cosas no son así realmente, deberían de serlo, porque yo salí de la sala convencido al cien por cien.
Durante algunos momentos, Celda 211 me recordó a otra magnífica película, Haz lo que debas, de Spike Lee, aunque en realidad ambas no tengan más parecido que la manera en que la violencia se va extendiendo como un reguero de pólvora, incluso entre la gente que a priori no es violenta. De hecho, al final, la conclusión que yo extraje fue, que la violencia, como decía Martin Luther King, es un acto completamente inútil, que sólo engendra más violencia y de la cual resulta muy difícil escapar. Así que si esta tarde tienes un rato libre y te apetece ver algo grande de verdad, te recomiento que no te pierdas Celda 211, la nueva película del director Daniel Monzón, interpretada por Luis Tosar, Alberto Ammann y Antonio Resines, entre otros. Y luego me lo cuentas.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Sobre la rima

Escribió Mijail Saltykov-Shchedrin, el gran escritor y periodista satírico ruso del siglo XIX, sobre la rima: “No comprendo por qué es necesario caminar sobre un hilo y, además, agacharse cada tres pasos.”
Yo tampoco, querido Mijail, yo tampoco.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Fotos de Durruti

La primera fotografía está tomada
en León, en 1915.
Un joven Durruti
de apenas diecinueve años
mira desafiante a la cámara.
En la foto hay seis personas más.
Uno de ellos es un niño pequeñito.
Los otros, compañeros de trabajo.
Dos de ellos, no deben tener edad ni para afeitarse.
La foto ha sido tomada en el taller metalúrgico
donde Durruti trabajaba por aquella época.
Buenaventura ocupa el centro de la fotografía.
Está de pie. Mirada inquebrantable.
Mirada obrera. Mirada anarquista.
Viste con un mono claro.
Una gorra de paño le cubre la cabeza.
En su mano derecha sostiene un martillo.
La izquierda roza ligeramente el hombro izquierdo
de uno de sus compañeros.
La vida aún no le ha golpeado con toda su saña.
Pero ya empieza a prepararse para plantarle cara.

En la segunda fotografía,
tomada en la ciudad de Berlín,
han trascurrido trece años
y Durruti aparece acompañado por una mujer.
Se llama Emilienne Morin.
Es una joven libertaria francesa
a quien ha conocido unos meses antes
en la Librería Anarquista
de la calle de Prairies,
en el Distrito XX de Paris,
y cuyos destinos permanecerán unidos,
más allá, incluso, de la muerte.
Es extraño, pero es así.
Sobre el papel sepia,
un hombre y una mujer,
sentados en el tronco de un árbol,
en medio de una gran nevada.
Están abrazados,
como cualquier pareja de enamorados.
Es una imagen tierna,
que denota un amor férreo.
No hay ningún dato al respecto,
pero me da por pensar que ese día era domingo
y que la pareja está acompañada de otros amigos,
ácratas como ellos, fugitivos como ellos,
con quienes comparten la felicidad eterna
de ese instante congelado.
Nadie diría hoy, ochenta años después,
que ese hombre ha entrado
de manera clandestina en Alemania,
y que tiene en jaque a las policías de media Europa.
Nadie diría, viendo esa foto, que ese hombre,
es admirado por miles de obreros de todo el mundo.
Nadie diría que ese hombre está hecho de acero.

En la última fotografía,
un hombre de mediana edad,
piel tostada por el sol,
barba descuidada, cabello oscuro,
yace sin vida sobre un camastro blanco.
Un agujero de bala atraviesa
la parte izquierda de su pecho.
Dos columnas de sangre bajan,
irregulares, desde la herida
hacia la espalda.
Si no fuese por este detalle,
se podría pensar que este hombre duerme,
plácida, pacíficamente,
extenuado tras los duros combates
de los últimos días, y sueña, tal vez,
con un mundo nuevo
donde el hombre no sea un lobo para el hombre.
Pero este hombre está muerto.
Se adivina, en torno a él,
el nerviosismo trágico de los cirujanos,
la desolación afilada de los camaradas,
la tristeza aplastante de los amigos.
La ciudad es Madrid. El año, 1936.
El día, veinte de noviembre.
Durruti ha sido asesinado.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Emily Dickinson

Qué terrible es amar y no ser correspondida, 
dulce niña de ojos invernales. 
Como la noche, tienes estrellas en las manos,
en el vientre, secretos inconfesables,
y en tu pelo negro, un ramillete
de deseos frustrados. Y en silencio,
como ella, escribes versos que desgarran.
La muerte se erige en tu musa más fiel,
tu consejera, tu amiga, tu amante, tu hermana.
Allá en los remotos confines del silencio,
qué extraño, la muerte tiene forma de poema.

(Este poema está incluido en mi libro Desorden, y está dedicado, obviamente, a la gran poeta americana Emily Dickinson.)

martes, 17 de noviembre de 2009

Enrique Urquijo, diez años después




Hoy, diecisiete de noviembre de dos mil nueve, se cumplen diez años de la fatídica muerte del gran Enrique Urquijo. Tres mil seiscientos cincuenta días sin Enrique. En estos diez años, sus canciones, su música, su manera de tocar la guitarra, su particular estilo, nos han seguido acompañando a un montón de gente. Y es que somos muchos los que, una década después de aquel triste día de noviembre de mi novecientos noventa y nueve, seguimos recordando a una persona de una sensibilidad artística única, a uno de los grandes compositores que ha dado no sólo la música popular cantada en castellano, sino en cualquier otro idioma. Para mí, Enrique es comparable a los grandes nombres del rock del ámbito anglosajón. Y lo digo con plena consciencia. Ahí están sus canciones, que hablan por sí solas: “Volver a ser un niño”, “Agárrate a mí, María”, “Otra tarde”, “Quiero beber hasta perder el control”, “No me imagino”, “Déjame”, “Buena chica”, “Colgado”, “Ojos de gata”, “Cambio de planes”, “Pero a tu lado” y tantas y tantas otras hermosas canciones que compuso para su grupo de toda la vida, Los Secretos, o con ese otro grupo, Los Problemas, con quienes grabó dos estupendos discos, con versiones tanto de temas propios como de canciones de otros compositores. No quisiera olvidarme hoy, en este día de recuerdo, de conmemoración, de agradecimiento, del gran Álvaro Urquijo, que durante todo este tiempo ha seguido manteniendo viva la llama de Los Secretos y la memoria de Enrique, reivindicando una carrera, la de su hermano, con una dignidad y un cariño que ponen los pelos de punta. Lo mismo ocurre con Ramón Arroyo y con Jesús Redondo, el resto de Los Secretos. La memoria de Enrique se merece ese respeto, esa dedicación, ese amor sin límites. Ya está bien de apelar siempre a la tristeza, a la nostalgia, a la mala suerte, para hablar de una figura inconmensurable de la música popular. Qué cojones. Fue una tremenda suerte que Enrique existiera y que se dedicara a la música, y que grabara sus discos, y que levantara cabeza una y otra vez, y que tuviese ese don divino que sólo los elegidos tienen para transformar el dolor en poesía, y que diera todos esos maravillosos conciertos, y que nosotros estuviésemos allí para disfrutarlo, y que aún hoy, diez años después, nos vayamos a la estantería donde guardamos los cds o los viejos vinilos, y saquemos uno de sus discos, y le demos al play, y escuchemos esa voz que se va abriendo paso entre las guitarras con ecos country, y que empieza a cantar, nunca he sentido igual, una derrota… Y es que las derrotas son menos dolorosas cuando las canta Enrique Urquijo. Gracias por existir.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El hombre luce una inquietante sonrisa

El hombre luce una inquietante sonrisa. La mujer, parapetada tras una humeante taza de té, le lanza fugaces, furtivas miradas. No es sólo la sonrisa. Son los ojos. Grandes, oscuros. Casi hipnóticos. El hombre de la sonrisa inquietante está en la barra, tomando un café. Ella, en cambio, está sentada sola en una mesa. Su intención era leer tranquilamente El País, pero ahora le resulta imposible concentrase. Nunca se ha acostado con otro hombre que no sea su marido. Pero hoy sabe que si ese hombre se acercara y le dijera “vamos a follar”, lo seguiría sin pensarlo un segundo. Son los ojos. Y la sonrisa.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Así no...

Así no, me dices.
No estás cumpliendo con tu parte del trato.
Cómo quieres que lo haga,
si mi parte es arrancarme el corazón
y echárselo a los perros hambrientos

jueves, 12 de noviembre de 2009

Un poco de autobombo

En las últimas semanas, me han llegado algunos correos que me han sorprendido muy gratamente. Para alguien como yo, que escribe pero que no tiene acceso a los grandes medios de comunicación, que no se dedica a la literatura de manera profesional, sino que lo hace por amor al arte, robándole el tiempo a otros menesteres,y en la mayoría de los casos ni siquiera puede acceder a los métodos más o menos convencionales de distribución de sus libros, resulta muy gratificante que alguien te escriba, pongamos por caso, desde Madrid diciéndote que le gustan tus poemas, tus relatos, o tus comentarios.
Pues como decía al principio, en las últimas semanas me han llegado varios mensajes en esa dirección, de gente que no conozco de nada, gente que ha accedido a mi obra por primera vez, y que según me cuentan ellos mismos, les ha resultado sorprendente lo que han leído. Uno de estos correos me llegó hace unos días. Lo remitía un famoso político al que dejaremos en el anonimato. Su mensaje era escueto pero directo: "Escribes muy bien: Me meteré en tu blog." Siendo quien es la persona que lo envió, uno de los pocos políticos que para mí tienen una valía intelectual real, pues es todo un halago. Qué queréis que os diga. El segundo correo me llegó ayer por la tarde y lo enviaba una chica de Granada. También había llegado a mi obra de manera casual. Por lo que se ve, le había gustado tanto lo que había leído en este blog que me preguntaba dónde podía comprar mis libros.
Como digo, para mí es muy estimulante este tipo de mensajes. Uno se reafirma en su manera de escribir, en su manera de hacer las cosas, en su manera de enfrentarse al mundo. Como no aspiro a grandes ventas, ni a ganar concursos, ni a nada por el estilo, estos comentarios son lo más cerca que voy a estar del éxito. Por eso se agradecen de corazón.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

No soy inofensivo

No soy inofensivo.
Que te quede claro.
Pero me muerdo el corazón por dentro
Y pongo cara de niño bueno.
Sólo para que no te vayas.

martes, 10 de noviembre de 2009

Un poema de amor para Tess (Raymond Carver)

Apura de un trago su vaso de Old Crow y teclea el último verso de su último poema: just how much I love you. Es un poema de amor. Se titula Hummingbird. Y es para su mujer, Tess.
Luego se acerca hasta el mueble donde guarda la bebida y se llena otra copa de bourbon. Le añade un poco de hielo y enciende un cigarrillo. Apaga la música —Miles Davis, Kind of blues— y decide salir al frío de febrero a mirar un rato las estrellas. Son casi las tres de la mañana. El murmullo del viento meciendo las hojas de los árboles. Levanta la vista al cielo y se traga el humo transparente de su Chesterfield. Cierra los ojos un segundo y se dice a sí mismo: Así debe ser la muerte.
El silencio. La quietud. La soledad.
Luego piensa en Tess, dormida, en ese mismo instante, en la cama que ambos comparten. Su hermoso pelo rojo que le cae en cascada por la espalda. Su piel blanca que brilla en la oscuridad. Sus ojos azules que lo hipnotizan. Apaga el cigarrillo y se alegra de estar vivo. Después entra de nuevo en la casa. Se sienta ante la máquina de escribir y vuelve a leer el poema que ha escrito para ella: Suppose I say summer...

lunes, 9 de noviembre de 2009

Más cine, por favor

Hoy voy a dajer una lista de mis treinta películas favoritas del cine español. Me ha llevado unos cuantos días elaborarla y, como todas las listas, está cargada de subjetividad. El orden en que aparecen es cronológico.

1. La vida en un hilo, de Edgar Neville (1945).
2. Surcos, de José Antonio Nieves Conde (1951).
3. Calle mayor, de José Antonio Bardem (1956).
4. El cebo, de Ladislao Vajda (1958).
5. Viridiana, de Luis Buñuel (1961).
6. Atraco a las tres, de José María Forqué (1962).
7. El extraño viaje, de Fernando Fernán-Gómez (1964).
8. El verdugo, de Luis García Berlanga (1964).
9. La caza, de Carlos Saura (1965).
10. El espíritu de la colmena, de Víctor Erice (1973).
11. Furtivos, de José Luis Borau (1975).
12. El desencanto, de Jaime Chávarri (1976)
13. Queridísimos verdugos, de Basilio Martín Patiño (1977).
14. Arrebato, de Iván Zulueta (1979).
15. El crack, de José Luis Garci (1981).
16. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, de Pedro Almodóvar (1984).
17. Los santos inocentes, de Mario Camus (1984).
18. Amanece, que no es poco, de José Luis Cuerda (1988).
19. Amantes, de Vicente Aranda (1991).
20. Belle Époque, de Fernando Trueba (1992).
21. La ardilla roja, de Julio Médem (1993).
22. Días contados, de Imanol Uribe (1994).
23. El día de la bestia, de Álex de la Iglesia (1995)
24. El último viaje de Robert Rylands, de Gracia Querejeta (1995).
25. La buena estrella, de Ricardo Franco (1997).
26. Flores de otro mundo, de Icíar Bollaín (1999).
27. En construcción, de José Luis Guerín (2001).
28. Soldados de Salamina, de David Trueba (2002).
29. La caja 507, de Enrique Urbizu (2002).
30. Los lunes al sol, de Fernando León de Aranoa (2002).

sábado, 7 de noviembre de 2009

Su pelo

Su pelo,
quimera sutil
en esta mañana tibia,
como vida derramada
en un instante.

viernes, 6 de noviembre de 2009

28 de marzo de 1941

Hoy te has despertado un poco más triste que de costumbre
y has sentido que, a pesar de la fecha –casi abril- hace frío
y una lluvia cómplice, apenas perceptible,
como en un cuadro de Turner,
cae con desgana sobre Monk’s House.
Una taza de té caliente y Leo hablando de mil cosas,
- Llevará años reconstruir Londres, dice en voz alta.
Pero no le prestas atención.
Posas tus ojos de niebla azul
en el rojo resplandor que escapa de la chimenea
y una miríada de imágenes irreales fluye,
imparable, por tu mente:
tu padre, trabajando en su despacho,
Vanesa, limpiando sus pinceles,
la hermosura andrógina de Violet,
caminando junto a ti por Gordon Square,
una mañana estival de 1904 rebosante de gente y luz.
Más tarde, coges tu abrigo y sales a pasear
por la desgarrada soledad que te rodea.
Te acercas hasta la orilla del río Ouse,
que agotado y nervioso, resopla a lo lejos.
Y con los bolsillos repletos de piedras
entras en el agua
y en un gesto de extrema fatiga reflexionas:
“Bueno, ya está, he tenido mi visión.”

Este poema está incluído en mi llibro, Desorden. El título hace referencia a la fecha de la muerte de la escritora Virginia Woolf, que se suicidó en las frías aguas del río Ouse, junto a su casa de campo. El poema fue escrito algunos años antes de que se hiciese la película Las horas, de Staphen Daldry, por lo que cualquier parecido entre ambos es sólo fruto del azar. No voy a negar que siempre he sentido una especie de fatal atracción por las personas que un día se levantan y deciden que ése es el último día.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Él tiene un secreto

Él tiene un secreto. No uno de esos secretos tontos, como de patio de recreo o de cafetería de instituto, que uno comparte con su mejor amigo, sino un secreto real, de esos que laten en lo más profundo de uno mismo, en algún recoveco perdido del alma. Uno de esos secretos que no se cuentan a nadie. Vamos, un secreto, secreto. De los de verdad.
Él tiene un secreto. Lo sabe desde hace días. Lo descubrió casi por casualidad. Estaba buscando un libro en una famosa librería de su ciudad y de pronto fue consciente de que el secreto estaba allí, de que era tan real, o tal vez mucho más real, que la gente que andaba por la tienda. Podría incluso señalar el instante preciso en que reparó en la existencia de su secreto. Acababa de coger de la estantería un ejemplar de la última novela de Walter Mosley, cuando lo vio merodear a su alrededor por primera vez, como un pájaro despistado que se hubiera escapado de su jaula.
Él tiene un secreto. A veces se descubre pensando en su secreto en los lugares más insospechados, por ejemplo, en la ducha, bajo el fuerte chorro de agua caliente, con la cabeza cubierta de espuma. En ese momento ha de ser muy cuidadoso, porque si piensa demasiado en su secreto, la espuma se le puede meter en los ojos, y todo se complica. Otras veces su secreto toma forma cuando hace deporte, entre el fuerte olor a sudor que transpira su piel. Incluso a veces, el secreto se hace corpóreo en el almuerzo o el desayuno, cuando está en mitad de un filete con patatas o de un par de tostadas de aceite con tomate. Y es que cualquier momento es bueno para compartirlo con su secreto.
Él tiene un secreto. Las primeras veces se sentía un poco molesto. Pero ahora no. Ahora se podría decir, incluso, que su secreto lo hace feliz. Sí, así es. Él es un tipo feliz por tener un secreto. Se ha dado cuenta de algunas cosas. Se ha dado cuenta de que el sol luce más desde que él tiene su secreto. El cielo es más azul, y sus compañeros de trabajo no le parecen tan insulsos. Y todo se lo debe a su secreto. Ah, y ahora le gustan cosas que antes no le gustaban. Por ejemplo, las películas francesas. No sabe hasta cuándo durará todo este asunto del secreto. Tal vez desaparezca como llegó, sin hacer ruido, sin hacer grandes aspavientos. Así que por ahora, lo único que tiene claro es que tiene un secreto. Y está dispuesto a defenderlo con uñas y dientes. Es lo menos que puede hacer por su secreto.

martes, 3 de noviembre de 2009

lunes, 2 de noviembre de 2009

Fragmentos de un cuaderno manchado de vino



Hace quince años, un nueve de marzo de 1994, moría en la ciudad de Los Ángeles el que ha sido probablemente el último icono de la literatura mundial: Charles Bukowski. Tras de sí dejaba una carrera rebosante de poemas, relatos cortos, y seis magníficas novelas: Cartero, Mujeres, Factótum, La senda del perdedor, Hollywood y Pulp. Tras su muerte, su viuda, Linda Bukowski, con la ayuda de John Martin, dueño y señor de la editorial Black Sparrow Press, se han encargado de mantener viva su memoria, dando salida a una cantidad ingente de material que el viejo indecente había dejado escrito. Ese material inédito era sobre todo poesía: Lo más importante es saber atravesar el fuego, Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta, Adelante y La gente parece flores al fin son algunos de los volúmenes póstumos que recopilan esos poemas. No obstante, estos días, la Editorial Anagrama acaba de publicar el libro Fragmentos de un cuaderno manchado de vino, con el subtítulo de Relatos y ensayos inéditos 1944-1990, una colección de 36 relatos y ensayos más o menos críticos, que nos muestran al enfant terrible de la literatura estadounidense en plenitud de sus facultades. Antes de seguir adelante, me gustaría hacer una matización: estos textos no son inéditos o lo son sólo en castellano, ya que todos ellos proceden de revistas, prólogos de libros y volúmenes de homenaje a otros poetas. De hecho, al final del libro aparece un índice de procedencia de cada uno de los textos.
Fragmentos de un cuaderno manchado de vino supone un colofón perfecto a la obra bukowskiana. En estas páginas están todos los bukowskis que han sido: el viejo borracho, el follador empedernido, al ácrata descreído, el escritor que detesta al resto de la humanidad, empezando por los otros escritores, el escritor humorístico que hace que te desternilles de risa con ciertas situaciones, el surrealista, el escritor agradecido que rinde pleitesía a sus maestros, el pirado de los hipódromos, etc., etc. Y es que este libro compila verdaderas joyas. Empezando por “Consecuencias de una larga nota de rechazo”, el primer relato que el viejo Hank publicó en la revista Story en 1944, “El viejo indecente se confiesa”, un magnífico texto en primera persona donde Bukowski expone sus filias y sus fobias, o esa maravilla que es “Conozco al maestro”, en mi opinión, uno de los mejores relatos que han salido de la máquina de escribir de este escritor. Este relato fue publicado originalmente en dos partes en la revista Oui, en diciembre de 1984 y enero de 1985. En él cuenta, de una manera detallada, cómo llegó a conocer a uno de sus héroes de juventud, el escritor italoamericano John Fante y cómo, gracias a la ayuda que Bukowski le prestó, la figura de Fante recuperó el brillo de que había gozado en los años treinta y que se había desvanecido por avatares de la vida. En este relato el viejo Buk se nos revela como un maestro de la concisión. No me resisto a reproducir un fragmento de “Conozco al maestro”:

Para no alargarme: llegó y se fue un matrimonio. Tenía cientos de revistas con mis poemas publicados pero también las tenía todo el mundo; era algo así como limpiarse el culo o cambiarle un tubo con un escape a una lavadora. Pasaron las guerras y los años, y las novias dementes y los empleos dementes e inútiles. ¿Cómo relata uno 2 ó 3 décadas de desperdicio? En un instante. Es fácil. Los años son para desperdiciarlos.


Para los que ya conozcan la obra bukowskiana, este libro cierra el círculo. Si, por el contrario, nunca te has acercado al trabajo de Bukowski, ¿a qué estás esperando? Fragmentos de un cuaderno manchado de vino puede ser un comienzo perfecto. Buen provecho.