viernes, 30 de abril de 2010

La vida a traición

“¿No es más seguro, incluso más prudente, creer que la vida
carece por completo de sentido?”
Patricia Highsmith
La mirada turbia de la desesperanza.
El último aliento del suicida.
La lluvia herida de la madrugada.
La biblia manoseada del sacerdote pederasta.
El semen agrio del violador.
La lápida negra en la tumba del que murió de cáncer.
La basura guardada en el alma del que no perdona.
El salario mínimo interprofesional.
Las utopías en las que ya nadie cree.
El testamento del avaro.
Las llagas en la boca del que no ha dicho la verdad.
El eclipse en los ojos de quien lo ha visto todo.
Los crisantemos mustios en las avenidas de la muerte.
La máquina de escribir moribunda del escritor
fracasado.
El ángel de la guarda del que ha muerto en una patera.
Las drogas de diseño del hombre de negocios.
El vino barato del vagabundo.
Las piedras usadas para lapidar a la adúltera.
La manera de ver el mundo del disidente.
La corona de espinas del rey de los judíos.
La invisibilidad más absoluta de la miseria.
La mano que toma una pistola y aprieta el gatillo,
una,
dos,
tres
veces.
El primer dolor del recién nacido.
La zona cero en el corazón de quien sufre por amor.
El centro del cerebro del que ha puesto un pie
en el infierno.
El silencio ensordecedor que envuelve al náufrago.
La mentira feroz del capitalismo salvaje.
Las uvas de la ira del soldado americano.
La piel verdosa del obrero fusilado contra el muro
de un cementerio.
La Ley, hecha a medida del poderoso.
El fuego devastador que asoló el Paraíso.
La neblina oxidada que cubre los sueños del perdedor.
El beso de amor del anarquista.
El ego desbordado del triunfador.
La canción triste de las despedidas.
El arte de amar de quien no tiene a quien amar.
El incendio rojo de las palabras.
La soledad del espantapájaros.
El ruido de fondo de la vida cotidiana.
El tiempo lento de quien espera en el corredor
de la muerte.
Las gafas de sol de la estrella de rock.
Los besos postizos de la puta de lujo.
La mirada perdida del yonqui.
La escala de valores del asesino a sueldo.
Las dudas del que no lo sabe todavía.
La verdad que nos hará libres.
Los pies de barro de quien se piensa indestructible.
El imperativo categórico de lo que sí y lo que no.
Los parias de la tierra.
Las mentiras que nos contaron sobre Romeo y Julieta.
Las tetas de silicona de un travesti mejicano.
Las consignas que han pasado de moda.
La profecía que se cumple a sí misma.
La promesa que nunca se cumplió.
La autopsia que se practica sobre el cadáver del amor.
El clavel que tapa la boca del fusil.
Y la muerte, que nos joderá a todos.


(De Versos de alambre de espino, Editorial Alhulia, 2009)

jueves, 29 de abril de 2010

Los volcanes

Hoy
es uno
de esos días
en que estallan
los volcanes.

Así
que es mejor
mantenerse
alerta.
Por si acaso.

martes, 27 de abril de 2010

Camino al Paraíso

¿Al Paraíso?
Sigue recto
unos tres kilómetros.
Encontrarás una glorieta.
Toma la última salida
y continúa otros tres
o cuatro kilómetros
más o menos.
Una vez allí
toma el primer desvío
que hay a la izquierda.
Sigue todo recto
y verás una gasolinera.
Justo al lado
hay un edificio
con un gran letrero
donde se puede leer
en grandes letras rojas:
Bienvenido al Paraíso.
Allí es.

lunes, 26 de abril de 2010

Telediario

El caos se hizo evidente. Una gran nube de humo negro lo envolvió todo. Había cuerpos diseminados por la calzada, algunos enteros, otros completamente fragmentados. Los gritos de los supervivientes eran desgarradores. De repente, la cámara tomó un primer plano de una mochila azul y amarilla con un dibujo de una gatita. La voz del locutor guardó silencio en ese preciso instante pero todo el mundo entendió lo que aquello significaba. Luego, la cámara pasó a un plano general.
Un cliente habitual del bar le grita al camarero que cambie de canal, que ponga los deportes, que ya están hasta los huevos de la puta guerra de Irak.

viernes, 23 de abril de 2010

La bolsa blanca

Sobre el banco verde hay una bolsa blanca. Es de plástico. Una bolsa normal y corriente, de esas que dan en los supermercados cuando hacemos la compra. A simple vista no se aprecia nada que la haga especial, salvo el logotipo de una gran superficie comercial escrito en letras rojas. El hombre que está sentado en el banco de al lado lleva un rato mirándola, sin atreverse a cogerla. Tiene miedo de que alguien lo pueda ver y lo acuse de haberla robado. No sería la primera vez que pasa algo parecido. Menudo bochorno. No obstante, el hombre siente una curiosidad malsana por averiguar cuál es el contenido de la bolsa. ¿Qué habrá dentro?, se pregunta. Porque está claro que hay algo dentro de la bolsa. ¿Será dinero? El hombre descarta esta opción. Le parece que la bolsa es demasiado vulgar para llevar una importante suma de dinero en su interior. Además, él nunca ha tenido tanta suerte. ¿Serán unos documentos importantes, por ejemplo, la escritura de un piso de lujo en el centro de la ciudad, olvidada por su dueño? ¿O tal vez son unos documentos —lucha antiterrorista, lucha contra el crimen organizado— que comprometen la seguridad misma del Estado? El hombre empieza a sentir un ligero dolor de estómago. Y le sudan las manos a pesar de que hace frío. Los nervios, piensa. Siempre que me pongo nervioso, me duele el estómago y me sudan las manos. Y también: Si estuviera aquí mi ex mujer me habría dicho que parezco bobo, dándole vueltas y vueltas a las cosas, sin atreverme a actuar. Hijo, si es que parece que estás alelado. Esa era una de las frases favoritas de mi ex. Mientras piensa todo esto, barre con la mirada todo el parque. No hay nadie. O al menos él no ve a nadie. Así que, por una vez en su vida, decide pasar a la acción. El hombre, con disimulo, se levanta del banco donde está sentado y en unos segundos anda los nueve o diez metros que lo separan del banco donde está la bolsa blanca. Se sienta. La coge. Está temblando. No puede evitarlo. Es superior a sus fuerzas. Vuelve a pasear la vista por todo el parque por si alguien lo ha visto coger la bolsa. Pero el parque está desierto a esas horas. Así que se decide a abrir la bolsa con sus manos temblorosas. Un libro. Eso es lo que contiene la bolsa. Un pequeño libro de bolsillo. Es de color marrón. Se titula Hambre y la persona que lo ha escrito es un tal Knut Hamsun. Resulta evidente que el libro es antiguo. Por el olor y por el color. Huele a papel viejo y las páginas del libro están amarillentas. Pero está nuevo. Además está forrado con un plástico transparente, lo que, sin duda, ha contribuido a su buen estado de conservación. El hombre no ha oído, jamás en su vida, hablar de ese libro. Tampoco de ese autor. Ni una sola vez. Cosa que, por otra parte, no es rara. Hace más de veinte años que no lee un libro. De ningún tipo. Él no es, precisamente, lo que se entiende por una persona culta. Y ahora está allí sentado, en aquel banco verde de aquel parque desierto de aquella ciudad más desierta aún, sosteniendo en las manos un ejemplar viejo de un libro que se titula Hambre y cuyo autor es un tal Knut Hamsun. El hombre se siente un poco decepcionado, para qué negarlo. Hubiese preferido que en la bolsa blanca de plástico hubiese habido cualquier otra cosa: una bufanda de lana virgen, por ejemplo. Eso le habría venido muy bien para combatir el frío de aquel invierno. O un cd de Juanito Valderrama o Antonio Molina. Para él, los dos cantantes más importantes de todos los tiempos. O una revista pornográfica. O incluso un juguete, un trenecito de madera o una pelota de tenis, por ejemplo. Un buen regalo para su nieto. O ya puestos, si al menos el libro hubiese sido una novela del oeste, de las de Marcial Lafuente Estefanía o de las de Silver Kane o aquel otro, cómo se llamaba, ah, sí, Keith Luger. ¡Aquellos sí que eran buenos libros! ¡Aquellas viejas novelas que publicaba Bruguera! Cuando joven, hubo un tiempo en que se aficionó a leer novelas del oeste. Fue en aquella época en que trabajó de vigilante nocturno en una fábrica de ladrillos. Debió ser hacia mil novecientos cincuenta y… Uff, ya había llovido algo desde entonces. Y sin embargo todavía recordaba algunos títulos: La mascota de la pradera, Te enterrarán en día de fiesta, Un puñado de caraduras. Aquellos libros sí que eran entretenidos. Y emocionantes. Ahora, en este mismo momento, el hombre sostiene el ejemplar de Hambre en sus manos. Lo mira por delante y por detrás. Lo observa con detenimiento. Lo pone bocabajo por si, de entre sus páginas, cae un papelito. Busca algún nombre escrito en él que delate su procedencia, que indique quién ha sido su dueño. Alguna dedicatoria. Él nunca ha regalado un libro pero sabe que hay gente que sí lo hace y escribe cosas en ellos del tipo: “Deseo que las páginas de este libro te atrapen como me atraparon a mí.” Y otras cosas por el estilo. Pero no encuentra nada. Absolutamente nada. Ni papelitos, ni dedicatorias, ni nombres. Es como si aquel libro no hubiese pertenecido jamás a nadie. Como si hubiese aparecido allí, en aquel banco verde, dentro de la bolsa blanca de plástico, por arte de magia. De repente, el hombre se da cuenta de que no sabe qué hacer con el libro. Evidentemente puede levantarse en ese preciso instante y largarse, dejándolo allí. Asunto terminado. Pero no es capaz. Simplemente, no puede hacerlo. No tiene motivos para actuar así. O mejor dicho, si actúa así, luego le pesará. Le da un poco de pena abandonar el libro en aquel parque solitario, a aquella extraña hora del día. ¡Cualquiera sabe en qué manos puede caer! Movido por algún extraño resorte, el hombre abre el libro por la primera página y empieza a leer el primer párrafo: “Era el tiempo en que yo vagaba, con el estómago vacío, por Cristiania, esa ciudad singular que nadie puede abandonar sin llevarse impresa su huella…” El hombre siente una agradable sensación en las yemas de los dedos. Es algo muy placentero. Así que sigue leyendo. Al principio le cuesta trabajo. La falta de costumbre, razona el hombre. Ha de hacer un esfuerzo considerable para entender las palabras escritas en las páginas amarillentas. Poco a poco, el hombre se va relajando con la lectura de aquel libro. Y se va adentrando en la historia, en las aventuras y desventuras del héroe, en los pormenores de su existencia. De repente, se da cuenta de que casi ha caído la noche. Y de que ha bajado la temperatura. No sabe cuánto tiempo lleva allí. Pero deben ser unas cuantas horas. Lo único que tiene claro es que se va para su casa, con el libro metido en la bolsa blanca, y que una vez allí, se dará una ducha caliente, y después cenará algo ligero, probablemente una tortilla francesa y una ensalada. Y reanudará la lectura de aquel extraño libro. Un libro que alguien ha dejado abandonado, en una bolsa blanca de plástico, sobre un banco verde de un parque, hasta llegar a la palabra FIN.


(Dedicado con todo mi cariño y admiración a aquellos autores de novela popular que hicieron, con su imaginación y su incansable pasión por la literatura, que la vida en la dura España de posguerra, fuese un poco más llevadera. Para mi admirado Francisco González Ledesma, sin duda, el mejor.)

jueves, 22 de abril de 2010

Libros como sueños

Cada vez que abres un libro,
Sancho es gobernador de la Ínsula Barataria,
Tom y Huck se bañan en el Mississippí,
mientras Philip Marlowe toma un
gimlet
en un antro de Los Ángeles.
Cada vez que abres un libro
Frederic y Catherine huyen de la guerra por amor,
Ulises busca el camino de regreso a Ítaca
y Celestina, vieja puta, hechiza el joven corazón de Melibea.
Cada vez que abres un libro,
Segismundo sueña que toda la vida es sueño,
Neruda escribe los versos más tristes esta noche
y el doctor Frankenstein juega a ser Dios en su laboratorio.
Cada vez que abres un libro,
Madrid es una inmensa colmena de gris hormigón,
Platero juega con los niños de Moguer
y alguien, en algún lugar, espera a Godot.
Cada vez que abres un libro
el mundo se vuelve un poco mejor.

(De
Desorden, 2001)

Feliz Día del Libro a todas y todos los que entráis por aquí. Ya sabéis, comprad libros, usad las bibliotecas públicas, regalad libros. Y ya puestos, que sean de calidad. Salud)

miércoles, 21 de abril de 2010

Poética (textil)

Quitarse la chaqueta.
Luego la camisa.
Despojarse, primero, de un zapato.
Después del otro.
Los calcetines, también fuera.
Bajarse los pantalones.
Y por último, los calzoncillos.

Desnudo

como mi madre me trajo al mundo.

Como cuando escribo un poema.

martes, 20 de abril de 2010

Miguel Hernández, comunista

A propósito del Centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández (Orihuela, Alicante, 30 de octubre de 1910- Alicante, 28 de marzo de 1942), que conmemoramos este año con numerosos actos a lo largo y ancho de la geografía española, hemos tenido oportunidad de leer en las últimas semanas en la prensa española bastantes artículos en torno a su figura y a su extraordinaria obra poética. Y tengo que confesar que estoy alucinado, cabreado y asqueado. Y es que la mayoría de esos artículos tratan de minimizar, cuando no directamente de ocultar, la militancia política del autor de Viento del pueblo. No sé qué pasa ni por qué razones se hace (aunque, las intuyo, por supuesto) pero ninguno de esos articulistas dice abiertamente que Miguel Hernández fue comunista. De hecho, es moneda corriente que al hablar del insigne poeta alicantino, no se utilice el término “comunista” ni una sola vez. Como si el adjetivo, por sí solo, fuese el detonante de todos los males habidos y por haber. Pues sí, Miguel Hernández fue comunista, y eso, a finales de los años treinta y principios de los cuarenta, tenía un significado simbólico que, no hay que ser muy listo para darse cuenta, no es el mismo que en nuestros días. Miguel Hernández vivió una tremenda evolución personal que lo llevó desde el cristianismo de su juventud a convertirse en el gran Poeta del Pueblo, con sus poemas de combate, de denuncia, de esperanza, de dolor y de tragedia, sobre todo, los que forman sus poemarios El hombre acecha y Viento del pueblo.

En una carta fechada el 29 de noviembre de 1935, su amigo y mentor hasta ese momento, Ramón Sijé, le reprocha, abiertamente, su profundo viraje ideológico, así como su acercamiento poético y estético (su coqueteo con las vanguardias y el surrealismo) a poetas como Neruda, Aleixandre o Alberti: “Transformación terrible y cruel”, la denomina Sijé.

Sin duda la amistad con el poeta chileno Pablo Neruda es importantísima para esa transformación ideológica. Así pues, en los primeros balbuceos de la Guerra Civil, Hernández no duda en alistarse como voluntario en el Quinto Regimiento, de tendencia comunista. En el mes de octubre de 1936, es nombrado Comisario de Cultura del batallón El Campesino, y se le asigna la importante misión de escribir para los milicianos del frente, con el objeto de elevarles la moral. En marzo de 1937 contrae matrimonio por lo civil, lo cual supone toda una declaración de principios, y en agosto de ese mismo año viaja a la Unión Soviética como miembro de una delegación cultural para conocer el teatro que se estaba haciendo en aquellos momentos en la URSS. ¿No supone todo esto un posicionamiento ideológico determinado?

En muchos de esos artículos a los que me refería antes se habla de Miguel Hernández como un “referente estético”. Me parece que reducir la figura de este gran poeta a eso (que también lo es, ojo), es un insulto a su memoria. ¡Qué estuvo en el Quinto Regimiento, por favor! ¡Qué pudo haberse exiliado como hicieron muchos otros y no lo hizo! Hernández optó por quedarse. Quiero creer que, porque además de un magnífico poeta, era un hombre valiente, comprometido hasta la médula con ese pueblo al que veía sufrir ante el avance demoledor del fascismo, o vete tú a saber por qué lo hizo. El resultado es que no se fue cuando pudo haberlo hecho. Y que murió sin renegar de su ideología política, el comunismo.

A nadie con dos dedos de frente se le escapan las razones de esta manipulación. Para los medios de comunicación de masas no existe lo que no se nombra. Es así de simple. Ya lo hemos visto en otros muchos casos. La mentira va creciendo y creciendo, como una gran bola de nieve. No me imagino, por ejemplo, al actual presidente de la Generalitat Valenciana, el ultraconservador Camps, o al Rey, alabando la figura del poeta comunista en uno de esos actos manipuladores y surrealistas (todavía me produce vergüenza ajena ver al pobre viejecito que era Rafael Alberti en sus últimos meses de vida, visitado por el entonces presidente del gobierno José María Aznar). Sin ningún género de dudas, resultarán más fáciles de digerir las alabanzas hacia el intelectual cristiano o hacia el “referente estético” que hacia el poeta comprometido con la lucha trágica del pueblo.

Dejó escrito Miguel Hernández: “Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”. Eso lo escribió el hombre, el poeta y el comunista. Por ese orden. Le pese a quien le pese.

(Este artículo ha sido publicado en la edición del día 20 de abril de 2010 en Rebelión)

lunes, 19 de abril de 2010

Hasta los cojones de... (II)

- Franco y los fascistas que campan a sus anchas por los juzgados, por el Tribunal Supremo, por el Constitucional y hasta por los de oposiciones. Resulta bochornoso que, treinta y cinco años después de la muerte del ser más abyecto que ha dado este país, siga siendo intocable.
- De los curas pederastas (de los que no lo son, también) por haber abusado de niños y niñas indefensos, por haberles amargado la vida, por ser tan cabrones, y del Papa, que no tiene la valentía ni la humildad necesarias para afrontar la verdad y reparar (si es que tal cosa es posible) el daño irreparable (valga la redundancia) que les han hecho a estas personas.
- De los niños y niñas que hacen la primera comunión por los regalos y de sus padres, que lo consiente.
- De que aún exista la primera comunión.
- De que siempre gobiernen los mismos (aunque el partido sea otro, ahí radica el truco del almendruco) y de que mi voto no sirva absolutamente para nada, porque la Ley electoral es, como casi todo en este país, una gran estafa.
- De que la gente hable de la SGAE sin tener ni puta idea de qué, cómo, cuándo y por qué.
- Del afán recaudatorio de la SGAE.
- De los premios literarios (esto ya lo he dicho antes).
- De los subnormales maleducados (casi siempre son tíos) que pueblan las carreteras españolas, como si les perteneciesen, increpando a los demás, saltándose las normas, insultando y poniendo en peligro la vida de la gente, etc., etc.
- De que en la vida real, al contrario de lo que sucede en las películas americanas, siempre ganen los hijoputas.
- De Cristiano Ronaldo.
- De Fernando Alonso.
- De que Tim Burton malgaste su talento en bodrios como Alicia en el país de las maravillas (Tim, man, what's wrong with you?).
- De los escritores que no saben poner tildes.
- De la TDT de los cojones.
- De que el diario El País ataque a Hugo Chávez y no ataque a Manolo Chaves.
- De los políticos corruptos de hoy y de los de mañana.
- De que nombren Consejero de la Junta de Andalucía o Ministro del Gobierno al tonto del pueblo.
- De que Joaquín Sabina malgaste su talento en bodrios como Vinagre y rosas (Joaquín, man, wtha's wrong with you?).
- De que se hable bien de los muertos, aunque no lo merezcan.

sábado, 17 de abril de 2010

Un zapato rojo

La calle estaba oscura. La temperatura muy por debajo de los cero grados. Algunos gatos próximos a agotar su séptima vida merodeaban por los contenedores de basura, en busca de algo que aliviara el hambre atrasada y aquel terrible frío siberiano. La quietud de la noche amplificaba la sinfonía de maullidos. El camión de la basura iluminó la calle. Se detuvo junto a los contenedores. Dos personas bajaron de él. Cogieron un contenedor. Lo vaciaron. La operación se repitió varias veces. En el tercer contenedor, lo vieron. Un cuerpo de mujer. Sólo llevaba encima un zapato rojo. No hace falta decir que estaba muerta.

viernes, 16 de abril de 2010

Hay días que son una gran estafa

Todo es
confuso como un buque entre la niebla
José Agustín Goytisolo
Hay días en los que:

Ayudas a una anciana a cruzar la calle y luego ella te da
las gracias y te sonríe.

Entras en una habitación vacía y se te enturbian, sin
remedio, los ojos.

Lees un verso de Miguel Hernández y te preguntas qué
hará tu hija dentro de veinte años.

Sabes de antemano que no es verdad, aunque te haces el
despistado y finges no saberlo.

Ves en televisión a una tenista que ha ganado el Roland
Garros y piensas en un ángel verde.

Le ayudas a preparar la cena y te dan ganas de besarla
y la besas y después hacéis el amor como si fuéseis
Jack Nicholson y Jessica Lange en El cartero siempre
llama dos veces.

Estás de compras en unos grandes almacenes y anuncian
por la megafonía que un niño rubio, delgado, bajito,
con pecas, de unos siete años de edad, se ha perdido y
está buscando a sus padres y no para de llorar.

Oyes a una compañera de trabajo contar una anécdota
sobre su luna de miel en Cancún y no le haces ni puto
caso.

Recuerdas una noche de verano de mil novecientos
ochenta y seis roja, roja, roja como el Diablo.

(De Versos de alambre de espino, Editorial Alhulia, 2009)

jueves, 15 de abril de 2010

Coqueteos con el jazz

Miles de palabras para agradecer los mil ratos de placer que Tom Waits, Chet Baker, Lou Reed, Leonard Cohen, Robert Allman o Raymond Chandler han sido capaces de inventar. El libro La mirada del jazz recrea con una estética forzosamente nocturna poemas y dibujos dedicados a los genios de la música, la literatura y el cine a quienes el escritor Rafael Calero y el diseñador Colín Bertholet deben "tantas cosas. Con él queremos pagar las deudas por los muchos e intensos momentos de felicidad que estos músicos nos han ido regalando a lo largo de nuestras vidas". Ése es el propósito de los autores de una obra que edita Alhulia y que ya está en las librerías granadinas –se presentó el pasado mes de agosto en el XV Festival de Tendencias de Salobreña y lo hará en el mes de octubre en Granada–. El resultado del trabajo conjunto de dos amigos que una vez miraron al jazz y a quienes el jazz devolvió la mirada, aunque todo comenzase como un coqueteo casual.
"A mí una vez se me ocurrió escribir un poema sobre Chet Baker, uno de nuestros músicos favoritos. Se lo regalé a Colín y él más tarde me mandó una ilustración a partir de ese poema y con lo que la melodía de Baker le inspiraba… Así surgió nuestro libro", como explica Rafael Calero, cordobés afincado en Salobreña y doctor en Filología Inglesa por la Universidad de Granada.
No obstante, además del jazz aparecen otras muchas artes recogidas en la obra. "No entiendo el cine sin la música, o a ésta sin la literatura... Para mí la cultura es unitaria. Dylan, por ejemplo, es un hombre que escribe poemas y luego los canta. David Lynch es otro que hace poesía con una cámara de cine...". Por eso, no sólo se habla de música en el libro, pero es el tema central y sobre todo su razón de ser. "De ahí que escogiésemos el título de La mirada del jazz. Además de porque creo que el jazz es la última música romántica –en el buen sentido de la palabra– que existe, resume más o menos lo que hay dentro", afirma el poeta. Tanto en el contenido como en la estética de la obra.
Si el 'flirteo' con el jazz nació por azar "una noche de humo, de copas, de buena conversación, de risas, de amistad", como recuerdan en el prólogo del libro los autores, ha terminado convirtiéndose en algo muy serio. Cincuenta páginas de auténtico homenaje en el que están "los músicos que nos gustan. Desde autores del jazz clásico a otros del rock, como Tom Waits, mi preferido... Son músicos que tienen algo que decir, gente con un camino personal que no va por sendas trilladas sino que aportan algo muy personal con todo lo que hacen".
"Les debemos mucho a esos buenos músicos. Si escuchas un disco de Bob Dylan 7.000 veces, te dará 7.000 buenos momentos. Además yo, en mi forma de escribir, reconozco su influencia".
Poemas con Robert Johnson, Chet Baker, Tom Waits, Van Morrison, Roy Orbison, Miles Davis, Santiago Auserón, Lou Reed, Billie Holiday, Charlie Parker, John Coltrane, Cole Porter o Leonard Cohen como motivo de inspiración se unen a ilustraciones y fotografías con guitarras, pianos y saxos como protagonistas que dan al libro un sabor a jazz muy intenso. Colores rojos, intensos, que tocan una música sin partitura pero muy elaborada.
El autor de los dibujos, Colín Bertholet, es un belga que lleva viviendo en Salobreña desde los once años y que comparte con Calero no sólo una gran amistad, sino su gusto por la música. De hecho, tiene en Radio Salobreña un programa, Los Martes del Jazz, donde lo demuestra. "Casi todas las ilustraciones han partido de los textos". Describen la visión particular de Bertholet sobre la música.
Así, una melodía de Chet Baker, la voz herida de Billie Holiday, un riff de guitarra de Lou Reed, un verso de esos que te erizan la piel escrito por Leonard Cohen, un instrumento de percusión inventado por Tom Waits o una escena de una película de Robert Allman encuentran por azar en este libro un gracias con mayúsculas de dos admiradores anónimos. "En este sentido –explica Calero–, creo que la mayoría de las cosas chulas de la vida surgen casualmente. Pienso muy parecido a Paul Auster. Las cosas que tienen chispa en la vida aparecen sin una explicación lógica".
Seguramente, tal y como nacieron en la cabeza de los músicos de los que hablan en su libro las increíbles melodías. Incluso los silencios de los que Miles Davis hablaba como los más fuertes de los ruidos.

(Este artículo de Manuela de la Corte apareció publicado en el diario Granada Hoy el día 1 de octubre de 2006)

Por qué...

¿Por qué las historias de degradación y humillación lo harán a uno más popular?

Homer Simpson

miércoles, 14 de abril de 2010

La maestra

Yo tenía una maestra republicana.
Se llamaba María.
Amaba la vida.
Amaba, como Machado, los días azules
y el sol de la infancia.
Y la hierba verde.
Y la nieve blanca.
Nos enseñaba canciones.
Nos contaba cuentos.
Compartía con nosotros su pan y su risa.
Le gustaban los pájaros,
los almendros en flor,
las estrellas fugaces.
Adoraba la poesía:
La de Lorca, la de Góngora, la de Santa Teresa.
Tenía fe ciega en el poder infinito
de las palabras.
Las escribía en la pizarra,
con letra clara:
Palabras como justicia.
Palabras como sueños.
Palabras como libertad.
Palabras hermosas y mágicas.
Yo tenía una maestra jovial, buena, valiente.
Yo tenía una maestra republicana.
Desapareció después de la guerra.


(Este poema lo escribí el año pasado para el homenaje que, desde el Sindicato Ustea, se dio en Granada a las maestras y maestros de la II República Española, uno de los colectivos que padeció con más saña e intransigencia la barbarie fascista, simplemente por tener fe ciega en el poder de la educación y la cultura como arma transformadora de la sociedad, como herramienta de progreso. Hoy, 14 de abril de 2010, septuagésimo noveno aniversario de la instauración de aquella República, los volvemos a recordar).

martes, 13 de abril de 2010

J. D. Salinger: el novelista silencioso

El pasado 27 de enero moría, en su finca de Cornish, en el estado de New Hampshire (E. E. U. U), el escritor Jerome David Salinger (Nueva York, 1919), autor de la famosa novela El guardián entre el centeno, publicada en 1951 y desde entonces una de las obras más célebres de la literatura mundial. Tal vez, la única novela de Salinger deba su celebridad no sólo a su calidad literaria, que la tiene y en grandes dosis, sino también a ciertos motivos extra literarios. No podemos olvidar que Mark Chapman, el hombre que disparó contra John Lennon aquel fatídico 8 de diciembre de 1980 a las puertas del Edifico Dakota, donde el ex Beatle vivía, provocándole la muerte, llevaba un ejemplar de la novela en el bolsillo de su abrigo y se confesó un acérrimo fan del libro, entre cuyas páginas, en palabras del propio asesino, se podían rastrear las razones que lo llevaron a disparar contra el músico británico.

J. D. Salinger fue, qué duda cabe, un escritor peculiar, me atrevería a decir, incluso, lleno de rarezas. Su obra publicada se reduce a El guardián entre el centeno y una docena mal contada de relatos breves, aparecidos principalmente en The New Yorker y recopiladas más tarde en varios volúmenes. Y que conste que no publicaba por la sencilla razón de que no se sentía cómodo haciéndolo. Cualquier editorial del mundo hubiese estado dispuesta a pagar cantidades astronómicas por publicar un libro inédito del escritor neoyorquino. No obstante, a pesar de su rechazo casi enfermizo por no publicar su obra, siguió escribiendo prácticamente toda su vida, apartado del mundanal ruido en su rancho.

Salinger creó uno de los personajes más famosos e influyentes de la literatura norteamericana: Holden Caufield, un adolescente insatisfecho con el mundo que le rodea y asustado con un futuro que no ve nada claro. Durante un par de días, el chico se mueve sin rumbo fijo por las calles de una Nueva York invernal y fría, después de ser expulsado del instituto donde estudia como interno. Caufield sigue la estela de otros héroes —o tal vez, mejor sería calificarlos de antihéroes— de la literatura de los Estados Unidos, como por ejemplo, Huckleberry Finn, el personaje creado por Mark Twain, y antecede a otros jóvenes inconformistas, como al joven Henry Chinasky de La senda del perdedor, la novela en la que Charles Bukowski narraba sus niñez y adolescencia.

A pesar de que durante cinco décadas ha permanecido completamente oculto para el gran público, sin fotos, sin entrevistas de ningún tipo, sin apariciones en televisión, Salinger ha llegado a vender en todo el mundo 60 millones de ejemplares de su única novela, convirtiéndose en todo un icono para miles de personas que lo veneraban como uno de los más grandes narradores de su tiempo. No está nada mal para un tipo que confesaba odiar la fama con todas sus fuerzas.

lunes, 12 de abril de 2010

Una noche con Javier Krahe

Hay cosas imperdonables. Por ejemplo: que yo, a mis cuarenta tacazos recién cumplidos, aún no hubiese visto al ínclito Javier Krahe en concierto. Pero ese grave error ya ha sido subsanado. El hecho en sí tuvo lugar el pasado sábado, 10 de abril, en la Sala Palo Palo de Marinaleda. Para empezar tengo que confesar que mi sorpresa fue tamaño XXL al ver la sala. La Palo Palo es un bar pequeñito, súper acogedor, en el corazón mismo de esta Andalucía de paro y propaganda, en una de las pocas poblaciones que resiste ahora y siempre al invasor. La sala tiene una programación mensual alucinante, orientada básicamente hacia los sonidos duros y cosmopolitas, que viene funcionando ya desde hace bastante tiempo. Así que confieso que da una cierta pelusilla ver que poblaciones pequeñas como Marinaleda apuestan por la cultura mientras que, por poner sólo un ejemplo, Salobreña o Motril, donde vivo y trabajo respectivamente, con una población mucho más numerosa, no tienen lugares de estas características para ver conciertos. Pero claro, Marinaleda es otra historia.
En fin, a lo que vamos. Para abrir boca, estaba el grupo de Marchena La Bejazz, un quinteto de flamenco, jazz, bossa, y otras sonoridades parecidas que me gustaron bastante. Dominando sus instrumentos consiguieron mantener la atención del público durante los cuarenta y cinco minutos que estuvieron sobre el escenario. Para despedirse tocaron una extraordinaria versión de "La leyenda del tiempo" del gran Camarón, más cercana a Nueva Orleáns que a Jerez.
Y después de La Bejazz, Krahe y sus muchachos: Javier López de Guerena (guitarra), Fernando Anguita (contrabajo) y Andreas Prittwitzs (clarinete, saxofón, flauta, etc.). Krahe hizo un repaso a sus treinta años de carrera, desgranando algunos de sus temas más "famosos" (no sé si hablando de este artista se debe usar este adjetivo), como "Piero de la Francesca", "Abajo el Alhzeimer", "Ron de caña" y una magnifica versión de "La tormenta" de Brassens. Pero también hubo tiempo para los nuevos temas: cayeron, si la memoria no me falla, al menos cinco, entre los que destaca un ingeniosísimo "Me gustas Democracia porque estás como ausente", donde la fina ironía del maestro arrancó un fortísimo aplauso entre el público de Marinaleda. Entre tema y tema, varios guisquis, un montón de cigarrillos y comentarios ingeniosos, divertidos, agudos e inteligentes, algo que cada día se echa más de menos. Una noche magnífica con el genial Krahe. Tardío, pero cierto.

viernes, 9 de abril de 2010

Vivito y coleando

Me equivoqué con él. La persona que nos puso en contacto, me había dicho que nunca, bajo ningún concepto, fallaba. Ni el más mínimo error. Cuando lo conocí sentí que aquella mirada fría, impenetrable y asesina, se clavaba en mis ojos. ¡Y aquella sonrisa! Se me heló el alma sólo con ver su sonrisa. Le hice el encargo, pagué por adelantado y me dijo que no me preocupara más, que lo diera por hecho. Pero esta vez si falló. Han pasado casi dos meses y el cabrón de mi marido sigue vivito y coleando. Esta vez el sicario no cumplió su parte del trato.

martes, 6 de abril de 2010

Desnuda



Desnuda al fin como la noche
.
Alfons Cervera

Así te pienso yo.
Desnuda.

Como la espuma de una pena frágil.
Como el aroma de la nostalgia.
Como un beso empapado en vino.

Así te he deseado.
Desnuda.

Como los ojos caníbales de la tristeza.
Como el sonido quebradizo de una armónica.
Como la muerte que acecha, inmóvil.

Así te sueño yo.
Desnuda.

Como un poema vagabundo de Bukowski.
Como el silencio frío de las despedidas.
Como un viejo corazón hecho trizas.

Así te gozo yo.
Desnuda.

Como un lienzo en blanco, inmenso.
Como la arena perenne del desierto.
Como el reflejo fugaz en un espejo.

Así te busco yo.
Desnuda.


© Fotografía: Susana Delgado Serrano

Declaración de principios

(...) al fin y al cabo, cuando uno logra escribir lo que desea, más allá de toda convención, el espíritu sale indemne; la real gana resuelve como el mejor de los antibióticos.

José Luis Moreno-Ruiz, en el prólogo a El sudor de la pistola 13, poemario de Javier Corcobado, publicado en el año 1995 por Ediciones Libertarias.

sábado, 3 de abril de 2010

Los que leen en los parques

Sin duda, uno de los grandes placeres de la vida es leer sentado tranquilamente en un parque. Si es otoño o invierno, me gusta hacerlo bajo los débiles rayos del sol; en primavera y verano, busco el cobijo que proporciona la sombra natural de un árbol. Pocas cosas me resultan tan placenteras como tener en mis manos un buen libro y dejar que vayan pasando las horas sentado en un parque, enfrascado en la lectura.
Pero últimamente me he dado cuenta de que a la gente no le gusta, (o sería más acertado decir, no le gustamos) los que leemos en los parques. Las miradas de desprecio son más que elocuentes. Miradas de asco, incluso de odio, me atrevería a calificarlas. Hay diferentes grados de desprecio en esas miradas, dependiendo básicamente de lo que se esté leyendo. No se odia lo mismo al que lee un periódico deportivo que al que lee un periódico económico. Tampoco es lo mismo sostener entre las manos una revista del corazón que, pongamos por caso, un tebeo. Si eres adulto y lees un tebeo, te expones a una lapidación pública. El libro supone el estadio más avanzado del desprecio. La gente, cuando ve a alguien sentado en el parque, leyendo un libro, lo primero que piensa es, ¿y este por qué coño no leerá en su casa?
Algunas veces creo que, en los parques, se tolera más a los exhibicionistas y a los traficantes de droga que a los lectores. Es como si el que lee en los parques, por el simple hecho de sostener un libro entre sus manos, les recordase y les reprochase a los demás, la ignorancia en la que viven sumidos.
También me he dado cuenta de que a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tampoco les gusta ver lectores en los parques. Les resultan sospechosos. No sabría muy bien decir por qué ocurre esto, pero es evidente de que, los que leemos en los parques, levantamos sospechas. Lo sé por experiencia propia. Si estoy sentado en un parque y pasa por allí una pareja de la Policía Local, me miran como si acabase de robar una sucursal de Caja Granada, con toma de rehenes incluida. Y no digamos la Guardia Civil. Me miran al pasar y hacen preguntas del tipo, ¿Qué hace con ese libro en las manos?, o ¿No tiene usted nada mejor que hacer? Y a veces, si en el banco donde yo estoy leyendo, hay una ancianita sentada, haciendo punto de cruz, o hablando a voces por el móvil con su novio, se acercan hasta ella y le preguntan amablemente, señora, ¿le está molestando este individuo con su libro?
En estas ocasiones, acabo sintiéndome un ser pérfido. Un malandrín culpable de algún delito extraño y surrealista, pero delito al fin y al cabo. Así que he puesto en marcha una estrategia. Cuando los veo acercarse, con sus gafas de sol y su sonrisa brillante en los rostros, escondo el libro y hago como que observo a los patos o que echo de comer a las palomas, o simplemente que pienso en cosas tales como la hipoteca, la liga de campeones o las previsiones macroeconómicas del gobierno para el próximo año. De esta manera, paso desapercibido, me vuelvo uno más camuflado entre la masa, disimulando entre la multitud y los agentes acaban pasando de largo y sin sospechar mi infame conducta de lector empedernido. Cuando pasa el peligro, vuelvo a coger el libro de entre los arbustos o de dondequiera que lo hubiera escondido y continúo leyendo por el sitio exacto en el que me había quedado. El resto de la gente, por supuesto, sigue odiándome. Pero al menos no me dan tanto miedo como los uniformados. Por ahora.