martes, 29 de junio de 2010

Cosas que pasan (II)

Hay días (muy pocos, en realidad) que uno abre el periódico y se encuentra con una noticia que lo reconforta con el mundo y con la gente que lo puebla. Ayer, sin ir más lejos, leí algo en el Diario Ideal que me sorprendió muy gratamente. En la playa de Torrenueva, una de las playas del término municipal de Motril, vive una chica que se llama Ángeles. Hace unas semanas, Ángeles abrió un chiringuito para ganarse la vida. Lo bautizó con el nombre de “El último”. Esta mujer había invertido en su negocio los ahorros de veinte (se dice pronto) años de duro trabajo. Y según cuentan (yo no lo vi), el local merecía la pena. Todo de madera, decorado con buen gusto, cerca del mar. Para colmo, su dueña colocó un cartel bien a la vista en el que se podía leer: “Precios anticrisis”. Se conoce que hay alguien en Motril a quien no le van los precios anticrisis, y ni corto ni perezoso (hablo en masculino, pero no tengo ni idea de si es hombre o mujer, que conste), con nocturnidad y alevosía, prendió fugo al chiringuito de Ángeles y adiós muy buenas, los ahorros y el duro trabajo de veinte años tirados por la borda. A todo esto hay que añadir el pequeño detalle de que Ángeles no había sacado un seguro para su local. Ya sabéis todos lo que significa eso, que esta modesta empresaria lo había perdido todo gracias a un hijo de puta que no la quiere bien. Durante dos días la pobre mujer no dejó ni un instante de llorar. No era para menos. Pero al tercer día, Ángeles pensó que llorando no arreglaba nada y empezó a patearse los bancos y cajas de Motril. Por supuesto, de los buitres no pudo sacar ni un solo euro. Cuando ya empezaba de nuevo a desfallecer, alguien, una amiga o un amigo o un primo o una prima o una amiga de un primo o un primo de una amiga, qué más da, le dijo que le podía prestar un poco de dinero, no mucho, porque los tiempos van mal para casi todos (para Emilio Botín no, pero ese no presta el dinero así como así), sin intereses, sin malos rollos, para que se los devolviese cuando el viento soplara de cara, y luego llegó otra persona y le dijo más o menos lo mismo, y luego otra y otra. Así hasta que Ángeles pudo reunir sesenta mil euros, y se ha puesto manos a la obra y ha vuelto a levantar su chiringuito, con una pequeña ayuda de sus amigos, como decía la canción de los Beatles. Y esta vez la dueña de “El último” sí que ha sacado un seguro para su negocio. Porque sabe por experiencia propia que hay gente a la que no le gustan los precios anticrisis. Y eso no mola. Pero también ha experimentado en sus propias carnes que hay gente que da sin pedir, gente solidaria que no tiene problemas a la hora de echar una mano. Y eso sí que mola. En fin, que queréis que os diga, que leyendo esta noticia en el periódico, llegué a pensar que aún no está todo perdido. Que a lo mejor sólo es cuestión de tiempo.

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