Los pies del ángel son pequeños. Su piel, suave, delicada, como de terciopelo. A los ojos de los demás, parecen frágiles. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Me gusta recorrerlos con caricias lentas, ir subiendo por las pantorrillas, detenerme en las rodillas, y después, continuar por la cara interna de los muslos, hasta llegar al pubis. Allí me demoro, sin prisas, el tiempo detenido en instantes eternos. Luego, inicio el camino de vuelta. Bajo, con parsimonia, delicadamente, hasta encontrarme con esos pequeños dedos que parecen tener vida propia, que se mueven como gusanos de seda, perezosos. Yo, los mimo, los arrullo, los beso. Y ellos se dejan querer.
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