sábado, 12 de noviembre de 2011

El loco mundo de Miguel Ávila Cabezas


Miguel Ávila Cabezas (Granada, 1953) es uno de los escritores (en su triple faceta de poeta, dramaturgo y crítico) más importantes que ha dado la geografía granadina en los últimos años. Poseedor de un dominio milimétrico del lenguaje y de una capacidad de observación prácticamente ilimitada, la obra de este Doctor en Filología Románica y profesor de Lengua y Literatura castellana en uno de los institutos de enseñanza secundaria de la ciudad de Ceuta, es tan rica y variada que a duras penas admite adscripciones de ningún tipo. Y es que si existe una palabra que nos sirva para describir a Miguel y para clasificar su obra poética, esa palabra tiene que ser, forzosamente, heterodoxia. Porque, ¿qué otra cosa si no un heterodoxo convencido es Miguel Ávila Cabezas? Miguel es un alma libre, que no se deja encorsetar por etiquetas, que no permite que se le adscriba con facilidad a grupos o camarillas poéticas, que no sigue a sumos sacerdotes de la literatura contemporánea. En realidad, Miguel no sigue a ningún líder porque Miguel es, que quede claro, su propio líder.
Miguel Ávila es autor de una extensa obra poética, en la que destacan poemarios como Aguas salobres, Nuevo refranero universal, La casa del aire, Mas no de sotra parte, Loquinarias, Un viento clandestino, Huellas de sombra, Restos de temporada, Analogías, etc. Además ha participado en numerosísimas obras colectivas, ha publicado en revistas, ha dirigido colecciones, ha puesto en pie proyectos quijotescos, como aquellos Versos para un fin de milenio, que publicara a principios del año 2000 el Ayuntamiento de Motril, cuando los ayuntamientos de este país aún se preocupaban por abastecer a sus ciudadanos con jugosos proyectos culturales. Y es que este hombre, aquí donde lo veis, siempre está dispuesto a participar en cualquier actividad que tenga relación con el oficio de escritor y con la tarea de escribir. Ya sea dirigiendo aulas poéticas, editando textos, aconsejando a los escritores noveles, escribiendo reseñas literarias, etc., etc.
Recientemente acaba de ver la luz un nuevo libro de poemas de Miguel Ávila Cabezas, titulado El loco mundo, publicado por la editorial salobreñera Alhulia, que dirigen Pedro Gómez y Antonio Jiménez. Hay que decir que El loco mundo es el tercer volumen de una tetralogía que Miguel ha dedicado a la ciudad de Casablanca y por extensión a Marruecos, donde ha pasado los últimos seis años de su vida. El primer volumen de esta tetralogía fue Mas no desotra parte, publicado por Alhulia en 2006 y Anfa, editado por Isla Varia Ediciones un año más tarde, sería el segundo. Aún está pendiente de publicación el cuarto y último volumen, un libro que se llamará Música para indigentes, precioso título, por cierto, y que ya estamos deseando poder leer.  
El loco mundo es un título hermoso para unos poemas aún más hermosos, con un tremendo poder de evocación. En palabras de Bartolomé Nieto Bunera, autor del Prólogo que antecede a los poemas de Miguel, el libro “está lleno de regresos sinceros e increíbles descubrimientos que, sin embargo, están exentos de toda magia que no sea la propia brevedad ontológica y el certero espasmo del drama, donde ya no es concebible otro significado que el de un escenario enmarcado por las eternas preguntas del hombre.” Y luego añade: “Así veo yo El loco mundo, como una serie de cuadros dramáticos, ventanas abiertas y personajes perfilados en la noble pérdida y la permanente angustia del ser: Teatro al fin, remansado teatro en un diálogo de venas abiertas.”
Los cincuenta poemas que conforman esta obra tratan de los temas eternos de la poesía, por ejemplo, del amor: (“Me puedes”, “La eternidad”), de la vida y de la muerte (“El loco mundo”, “Breve oración al ángel”, “”La última voluntad del último poeta”), del sufrimiento, en este caso, provocado por la pobreza secular que azota a los más débiles (“Tina y Miguel”, “La mujer mendigo”, “La miseria”, “Chocolate de pobres”), de la soledad en la que vive el ser humano moderno (“David Beckham”, para mí, uno de los mejores poemas escritos por Miguel en su ya dilatada carrera), de un mundo que, poco a poco, se desvanece en la bruma de la memoria histórica y del que van desapareciendo, inexorablemente, los amigos muertos: (“Caletón”, “La ciudad soñada”, “Nueva visión del dolor”, “Desde el puerto”, o “Cuatro colores: amarillo, azul, morado, negro”, que es un homenaje a Elena Martín Vivaldi y que contiene versos como estos: “estoy muriendo, amor, estoy muriendo /y en el azul soñado de una tarde lluviosa / las calles y los bares de una ciudad fantasma / me están viendo pasar (…)”.
Creo, honestamente, que Miguel se encuentra en un momento vital y literario intenso, que le está permitiendo escribir los mejores versos que ha escrito hasta ahora. Versos brillantes, versos rebosantes de lirismo, versos que destilan una honestidad  que encuentro en muy pocos poetas contemporáneos. Versos como por ejemplo los que cierran el poema “Nueva canción del condenado”

Cuando llegue al paraíso
me beberé la eternidad de un solo trago
(tal es mi sed)
y vaciaré esta miseria que me pierde
en el sueño fatal de los otros condenados.

Poco más me queda que añadir salvo que, si tienen ocasión, lean estos poemas y juzguen ustedes por sí mismos. Pero  luego no digan que no les advertí: pocos poetas encontrarán a día de hoy en lengua castellana con la calidad de Miguel Ávila Cabezas. Un lujo que no deberíamos desaprovechar.  

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