Lo
recuerdo como si lo estuviera viendo ahora mismo. En una cálida noche de mayo
de 1990, sobre el escenario del Teatro de la Axarquía de la ciudad de Córdoba,
cuatro tipos con tupé, patillones, y chupas de cuero, tocan sus canciones empapadas
de rockabilly, de blues, de soul, de tango, de poesía beatnik y arrabalera, en
definitiva, de rockanrol. El grupo se llama Más Birras y son de Zaragoza.
Su líder, Mauricio Aznar, es un chico que, desde que era un mocoso, toca la
guitarra y canta, sin ocultar su pasión por Elvis, por Eddie Cochran, por Gene
Vincent, por Chuck Berry, por Carlos Gardel y sobre todo, por Bob Dylan. Aquella
noche, en el escenario cordobés, el grupo zaragozano ejercía de telonero de
Rosendo Mercado. No pasará a la historia de la música aquella actuación
precisamente por el respeto que el púbico demostró hacia Más Birras. La gente,
que básicamente había acudido al teatro a ver al ex líder de Leño, empezó a
tirar vasos de plástico al escenario cuando los aragoneses todavía no habían tocado ni la
mitad de su concierto, jodiéndonos a los que estábamos allí para ver, ante
todo, a los zaragozanos. Así que los Más Birras se vieron obligados a largarse
de allí mucho antes de lo que tenían previsto.
Un par de
horas más tarde, mi hermano, otro amigo y yo nos topamos con los miembros del grupo
en un local de la ciudad donde pinchaban rocanrol. Durante un buen rato,
estuvimos bebiendo, charlando y divirtiéndonos con Mauricio
Aznar (guitarra y voz), Miguel Mata (bajo), Víctor Jiménez (batería) y Mariano
Ballesteros (saxo). Recuerdo sobre todo la amabilidad y la simpatía que demostraron
tener, lejos de las actitudes endiosadas de otros músicos de la época. No hay
que olvidar que estamos hablando de un momento histórico en que los grupos de
rock de este país eran tío famosos que salían con bastante frecuencia tanto en
la televisión como en la prensa, incluso un grupo más o menos underground como podían ser los Más
Birras.
El
grupo Más Birras había nacido en 1984 en Zaragoza. Liderado por un jovencísimo
Mauricio Aznar, un músico que, en aquello primero tiempos, bebía directamente de
la fuente del primer rockabilly, aunque eso sí, sin olvidar en ningún momento
el influjo que papá Dylan había tenido sobre toda la música contemporánea. No
pretendo hacer aquí un estudio detallado de la carrera del grupo. Sólo señalar
que grabaron, durante todos los años de existencia (la historia se acabó hacia
1993), los siguientes discos: Al este del
Moncayo (1987), Otra ronda (1988),
La última traición (1990), y Tierra quemada (1992). Discos que
contenían un magnífico puñado de temas, algunos de ellos famosos tiempo después
en voces de otros músicos, como es el caso de “Apuesta por el r’n’r” o “Voces
de tango”, que Enrique Bunbury grabó tanto en su etapa con Héroes del Silencio
como en su carrera en solitario.
Pero
si hay algo que los Más Birras hacían como nadie eran las versiones de temas
ajenos. Desperdigados en su breve discografía hay unas cuantas versiones a cada
cual más interesante y bonita. Por ejemplo, “Versos tan dulces como la miel”,
incluida en el lp La última traición,
que es una versión del tema “Kisses sweeter tan wine”, todo un clásico del
country americano. También versionaron el “Summertime blues”, de Eddie Cochran,
con el título de “Beber no cura”; también hicieron una espléndida versión del “Mr.
Tambourine Man”, de Dylan, con el título de “El hombre del tambor”. Pero no
sólo se atrevían con canciones en inglés. Una de las más hermosas versiones de
toda su discografía fue “Moliendo café”, del músico venezolano Hugo Blanco.
Para
mí, la mejor canción que grabaran los Más Birras estaba incluida en su segundo
disco, el fabuloso Otra ronda, y no
es otra que ese extraordinario poema, musicado por Gabriel Sopeña, (el quinto
miembro oficioso del grupo) titulado “Cass, la chica más guapa de la ciudad”,
basada en el relato homónimo de Charles Bukowski y que, en realidad, era un
poema del poeta y filósofo leonés José Luis Rodríguez. La canción narra la
historia de Cass, una chica de hermosura simpar, que pisaba la nieve de manera angelical,
tarareaba canciones de Dylan, y guiñaba como si recitara poemas. Pero la pobre
tuvo muy mala suerte y murió atropellada por el Chevrolet de un repartidor de
cocacola, lo que deja a sus numerosos admiradores pesarosos, enviando violetas
a direcciones inventadas y suspirando por el amor de Cass, la chica más guapa
de la ciudad.
Mauricio
Aznar murió en octubre del año 2000, cuando estaba intentado sacar adelante su proyecto Almagato,
donde dejaba de lado un poco su gusto por el viejo rock de raíces estadounidenses para profundizar en su pasión por el tango y el folclore argentino. Hoy, desde
aquí, recordamos a un músico con el que compartí una bonita noche de cervezas,
charla y rocanrol, allá por mayo de 1990 en la ciudad de Córdoba.
QUE COSAS......
ResponderEliminarPues que bestias los de Córdoba.
ResponderEliminarHe leído tu relato de los hechos y no han podido ser mas exactos. Me alegro que sigas teniendo buena memoria.
ResponderEliminarFantástico bar de copas con decoración tan recargada ,ese futbolín .Aún recuerdo esos conciertos con con un par de hermanos, con un par de amigos.
Saludos desde la soleada " wanssea."
El nombre del bar era Swing, si la memoria no me falla. ¿Eres el otro colega" en cuestión? Qué buenos ratos, y cuántos conciertos en aquellos años. Salud
ResponderEliminarSi soy yo el otro colega, me habían comentado de esta página y he comenzado a leerte y he aquí mi sorpresa.
EliminarMe alegro que sigas tan inconformista tan revolucionario y sobre todo que no hayas olvidado de donde vienes .Este último detalle es el que hace a las personas ver el presente con la lucidez necesaria para ser critico y no dejarse conducir junto al redil.
Puesto que seguirás escribiendo yo te seguiré leyendo.
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