lunes, 13 de mayo de 2013

Eduardo Benavente, sueños rotos en la autopista



Mucho se ha especulado sobre cómo sería la música que Eduardo Benavente estaría haciendo hoy en día si aún estuviese vivo. E incluso mucho se ha especulado sobre si seguiría dedicándose a la música o no. Lo único que está claro es que eso son sólo especulaciones. Como todos sabemos, Eduardo Benavente, líder del grupo Parálisis Permanente, se dejó la vida en un accidente de circulación un día de primavera de un lejanísimo 1983.  
Parálisis Permanente había empezado a funcionar a finales de 1980, gracias a la conjunción de dos parejas de hermanos: por un lado, los Canut, Nacho y Johnny, y por otro, los Benavente, Eduardo y Javier. Tanto Nacho Canut como Eduardo Benavente forman parte de una de las bandas más exitosas de la movida: los Pegamoides. Pero Eduardo está empezando a cansarse de los sonidos desenfadadamente pop y de las letras naive de los Pegamoides y de la actitud premeditadamente amateur de algunos de los miembros del grupo y decide crear su propio proyecto, con el cual dar rienda suelta a sus ansias de componer y de tocar la guitarra, poniéndose además al frente como cantante. Tras un par de viajes al Londres de la época, Eduardo regresa a Madrid calado hasta la médula por los últimos sonidos de la metrópoli: Bauhaus, Killing Joke, Joy Division, Siouxie ande The Banshees, The Cure, etc. Decide que ese es el camino que quiere transitar con su nueva banda. Sonidos oscuros, ropa negra, letras empapadas en sangre, heroína y fluidos corporales. En los primeros tiempos, por la banda van pasando diferentes miembros: Jaime Urrutia (líder de Gabinete Caligari), Rafa Balmaseda y Ana Curra, que había sido teclista de los Pegamoides, y que por aquel entonces era la novia de Eduardo, entre otros. Nacho Canut abandona definitivamente el proyecto Parálisis, para dedicarse a tiempo completo al nuevo grupo que acaba de poner en pie junto a su amigo Carlos Berlanga, Dinarama. Pero retrocedamos un poco en el tiempo. En octubre de 1981, Parálisis Permanente graban y editan un primer EP (un single de cuatro canciones) compartido con los Gabinete en un sello que ellos mismos crean: Tres Cipreses. Un disco mítico que hoy en día es una auténtica pieza de museo. Estoy hablando, cómo no, de Autosuficiencia. El disco llevaba dos canciones de Parálisis en una cara (la mítica “Autosuficiencia” y “Tengo un pasajero”, que trataba el escabroso tema del síndrome de abstinencia producido por el caballo, ambas compuestas por Eduardo) y dos de Gabinete Caligari en la otra cara: “Golpes” y “Sombras negras”). Con la disolución de Alaska y los Pegamoides, Eduardo y Ana trabajan a destajo en su nueva aventura. Muy pronto publican un segundo single, que contiene una de las canciones más populares de la época: “Quiero ser santa”, compuesta a ocho manos por Eduardo, Nacho, Ana y Alaska.
El grupo empieza a tocar por todo el estado español y tras cada bolo, más y más gente va sucumbiendo ante las poderosas guitarras, las magnéticas letras y la exuberante puesta en escena de Eduardo, Ana y el resto de la banda. Mientras tanto, siguen componiendo y trabajando duro en el local de ensayo, y en poco tiempo, disponen de material nuevo para grabar todo un álbum. Y lo hacen en dos días del mes de Julio de 1982, en los estudios Doublewtronics de Madrid, los míticos estudios de Jesús N. Gómez donde se grabarían algunos de los mejores discos de la movida. El disco se graba con el grupo tocando prácticamente en directo e improvisando sobre la marcha, tanto con las letras como con el sonido. Y el resultado es El acto. Uno de los discos más potentes, oscuros, desgarradores y chulos que se han grabado en este país. Trece canciones, once de cosecha propia y dos magníficas versiones: de Bowie (“Héroes”, sencillamente soberbia) y de Iggy Pop (“Quiero ser tu perro”, tampoco esta es moco de pavo) y sin ningún tipo de dudas, el disco español con la portada más sensual de cuantas se han hecho por estos lares, por mucho que no le guste a Alaska. Se trata de una foto de Pablo Pérez Mínguez, quien también firmaba las fotos interiores, en la que se ve a un jovencísimo Eduardo, pálido y vestido de negro, y a una bellísima Ana, de espaldas, en cuclillas, ataviada con un conjunto de ropa interior negro, y una peluca blanca platino que levantó febriles pasiones entre los adolescentes de la época, entre los que me cuento. Si alguna vez has visto este disco, seguro que no se te ha olvidado su portada. Y es que el álbum de Parálisis Permanente derrochaba sexo por cada uno de sus poros. Sexo oscuro, sexo duro, relaciones sadomasoquistas, relaciones de interdependencia casi enfermiza, relaciones de pago, relaciones homosexuales, cuero negro y látigos. Pero también amor, aunque eso sí, entendido a la manera de Eduardo y Ana.
El día 14 de mayo de 1983, Eduardo, Ana y Toti Árboles, batería del grupo, viajaban desde León, donde habían estado tocando la noche anterior, hasta Zaragoza, donde esa noche, en la plaza de toros de la ciudad, iba a tener lugar un concierto con todos los grupos de la agencia Roll: Gabinete Caligari, Deribos Arias, Alaska y Dinarama, Loquillo y Trogloditas, Nacha Pop y, por supuesto, Parálisis Permanente. Pero Eduardo jamás llegó a Zaragoza. A la altura del kilómetro 17 de la autopista A-68, en el término de Alfaro, les sorprendió una gran tormenta y el coche en el que viajaban los tres músicos, un Seat Ronda matrícula M-3458-EX, saltó la mediana de la autopista y se desplazó varios cientos de metros bocabajo. Así lo contaba Ana Curra a Lino Portela en una entrevista, mucho tiempo después: “Conducía yo hacia Zaragoza, donde tocábamos esa noche. Íbamos en dos coches. En uno iba Pito [su entonces representante] con el resto del grupo y en otro, Toti [Jorge Árboles Sánchez, el batería], Eduardo y yo. Ellos habían salido antes. Llovía y nos desviamos de la autovía porque se había roto el limpiaparabrisas. Y nos salimos de la carretera: reventó una rueda y volcamos. Recuerdo que Eduardo salió disparado por una ventanilla. Le saltó el cinturón de seguridad.” Y luego añade: “Recuerdo perfectamente los comentarios del enfermero. Decía: “Este chico está muy mal”. Yo gritaba: “Eduardo, Eduardo…”. Cuando llegamos al hospital, igual. Estábamos en la misma habitación, separados por una cortina, y yo escuchaba todos los comentarios. Los médicos dijeron que se iban a centrar en el chico porque estaba muy mal. Oí el momento en que Eduardo expiró. Ahora puedo hablar de ello, pero durante años he sido incapaz. Fue un hachazo. Entré en la negritud más grande que puedas imaginar.”
El día de su muerte, aquel fatídico día de mayo, Eduardo tenía veinte años y toda una vida por delante. Su legado fue un magnífico lp y tres singles. Un puñado de canciones que aún hoy, cuando ya han pasado treinta años de esta historia, siguen sonando de puta madre. Y aún hoy, tres décadas después, algunos nos seguimos emocionando cuando ponemos El acto en nuestros tocadiscos y escuchamos la perversa voz de Eduardo cantando versos como estos:
“Lentamente recorro tu piel
y tus manos se clavan en mí
ahora siento tu cuerpo latir,
empapado muy cerca de mí.”

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