miércoles, 5 de febrero de 2014

Cien años de William S. Burroughs



Hace justo cien años, un cinco de febrero, venía al mundo en la ciudad de San Luis, en el estado de Misuri, William S. Burroughs, que con el paso del tiempo, acabó convirtiéndose en uno de los escritores más transgresores de la literatura norteamericana del siglo XX.
William Burroughs fue amigo de Kerouac, de Cassady, de Ginsberg. Esto ha hecho que siempre se hable de él como uno más de los beatniks, es decir, un miembro más de la Generación Beat, algo que él siempre rechazó con vehemencia indisimulada. De él se ha dicho que es oscuro, violento, transgresor, cínico, paranoico. En cualquier caso, Burroughs nos legó algunas obras impactantes, que han trascendido ampliamente las fronteras de los Estados Unidos y de la literatura escrita en lengua inglesa.
Kerouac lo convirtió en uno de los personajes de su novela En el camino, Old Bull Lee, a quien describe con las siguientes palabras: “En Chicago era sicario, en Nueva York camarero, en Newark juez de paz. En París se sentaba en las mesas de los cafés a contemplar los melancólicos rostros de los franceses. En Atenas miraba a través de su ouzo lo que él definía como el pueblo más feo de mundo. En Estambul se abría paso entre grupos de fumadores de opio o de vendedores de alfombras, en busca de acontecimientos. En los hoteles ingleses leía a Spengler y al Marqués de Sade… Pero lo que más le interesaba estudiar era el vicio relacionado con los estupefacientes.”
Durante una gran parte de su vida, el viejo Burroughs fue adicto a la morfina y a otros derivados del opio, como él mismo se encargó de contarnos en la que pasa por ser su gran obra confesional, la salvaje Yonki.  En 1951, borracho como una cuba, mata a su mujer, Joan Vollmer (había sido la primera esposa de Kerouac) mientras juega a ser Guillermo Tell. Esto le acarrea numerosos quebraderos de cabeza, tanto legales como morales. Atraído por la técnica del cut-up comienza una fulgurante carrera como escritor, pero siempre vinculado a los ambientes contraculturales, rechazando de plano el mainstream y siendo rechazado por él. 
A mí particularmente la obra de William Burroughs no me dice nada, me deja completamente indiferente. He leído algunos de sus libros, pero he de admitir que no me produjeron ni frío ni calor. El almuerzo desnudo, que probablemente es su gran obra, y a la que la revista Times escogió entre las mejores cien novelas de la literatura estadounidense del siglo XX,  me pareció un tostón y lo mismo me pasó con las otras obras del viejo Burroughs que he tenido ocasión de leer. Esto no me pasa sólo con Burroughs, sino que es algo que me ocurre con casi todos los miembros de la Generación Beat. Me aburren sobremanera. Conozco a mucha gente que alucinó leyendo En el camino, pero a mí, si he de ser sincero, me costó horrores llegar al final. De cualquier manera, creo que como grupo, el gran éxito de estos escritores, de Kerouac, de Ginsberg, de Cassady, de Burroughs, radicó en abrir caminos de libertad y transgresión de los que otros, más tarde, sacaron provecho. Y está claro que sin ellos no hubiesen existido Bob Dylan, Lou Reed o Patti Smith. Así que sólo por esto ya merecen todo mi respeto.  

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