Como todo
el mundo debe saber ya a estas alturas hasta en el más recóndito rincón del
estado español, ayer, ocho de febrero de dos mil catorce, la infanta Cristina
de Borbón y Grecia, la segunda hija del Juan Carlos de Borbón, Rey de España por
la gracia del general Franco y de la CIA, séptima en la línea de sucesión al
trono, Duquesa de Palma, esposa del ex jugador de balonmano y crack
de las finanzas, Iñaki Urdangarín, y “trabajadora” de la
Fundación La Caixa, pasó por los Juzgados de Palma de Mallorca —sin duda, los
juzgados más famosos de este país, desbancando del ranking a los de Marbella— citada por el juez José Castro.
La
infanta Cristina asistió al Juzgado como imputada por tejemanejes varios, entre
otros, diversos delitos relacionados con la evasión fiscal y el blanqueo de
capitales, delitos que supuestamente habría cometido en su condición de
copropietaria de la sociedad Aizoon, de la que es dueña al cincuenta por
cierto, con su marido, el ex jugador de balonmano, quien, como ya he señalado
unas líneas más arriba, en su calidad de crack
financiero, presuntamente se encargaba de desviar dinero público hacia dicha
empresa, pensando que nadie se iba a enterar de la movida y que ese dinerito,
le iba a permitir vivir, nunca mejor dicho, como un Duque.
Hoy,
nueve de febrero, pasará a la historia de España como el día después. El día de
la resaca. El día de los titulares en la prensa. El interrogatorio duró cinco
horas y se formularon cuatrocientas preguntas. Y todo transcurrió según el
guión previsto. Sabemos, por las declaraciones de algunos de los abogados que estuvieron
allí dentro, que la Infanta se mostró esquiva, poco concreta, eludiendo dar
respuestas tajantes a preguntas que, a priori, planteaban pocas dudas. Sabemos
que el Fiscal Anticorrupción, de quien uno no sabe muy bien de qué parte está,
parecía por momentos, miembro del equipo de abogados defensores. Y sabemos que
estos, los abogados defensores, quedaron satisfechos con el resultado del
interrogatorio y piensan que la infanta fue “taxativa, firme, serena” en sus
respuestas al juez Castro. Como digo, todo
según el guión previsto.
A todo
esto, la movilización de policías para salvaguardar la seguridad de la Infanta —había
más de doscientos agentes, algunos de ellos llegados de fuera de Palma— le
costó al erario público una buena pasta. Así que además de cornudos, apaleados,
como reza el refrán.
A mí,
personalmente, lo que más me jode de todo el asunto de la Infanta, de su
marido, de Noos y de Aizoon, aparte de que hayan chorizado todo lo que
presuntamente han chorizado, es la ambición sin límites que demuestra tener esta
gentuza. No se conforman con vivir de puta madre, ellos y sus hijos, sin pegar
un palo al agua, a costa de todos los españoles. Parece que eso no es
suficiente para ellos. Mientras que en los tiempos asesinos que nos han tocado
en suerte, la mayoría de la gente va sobreviviendo a duras penas, ellos siguen
con sus carísimos viajes, con sus restaurantes de lujo, con sus viviendas de
nueve millones de euros, por poner sólo algún ejemplo ilustrativo. Mientras que
la mayoría de los españoles vivimos hipotecados hasta las cejas, estrangulados
por bancos que nos roban inmisericordemente, la infanta Cristina recibe un
préstamo de 1’2
millones de euros de su papaíto, el Rey del Reino de España. Y entonces a mí,
al conocer ese dato, me asalta esta duda: si el papaíto está en disposición de prestar
a la hija 1’2
millones de euros, ¿a cuánto asciende su riqueza?
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