Padre Walt Whitman,
que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre,
déjanos entrar en tu Reino
de la espiga, del dondiego, de la lila.
Bienaventurado seas por siempre,
viejo y
hermoso Walt Whitman,
por habernos dejado en herencia el verso
libre.
Bendigo el día, la hora, el minuto
en el que se te ocurrió, tenaz Walt Whitman,
romper las reglas absurdas,
que atenazaban, bajo su yugo, a la Poesía.
Alabado sea el verso libre, ahora y siempre,
porque yo, poeta del siglo XXI,
sin él, no existiría.
Y alabado sea tu nombre,
carnal y
sensual Walt Whitman,
voz profética de la auténtica poesía,
poesía del pueblo,
poesía para el pueblo,
poesía que se levanta, altanera,
contra los estúpidos y los violentos.
Poesía de combate,
poesía, siempre, en lucha,
poesía que
hace sonar con fuerza
el gong
de la rebelión,
poesía
que se une a los fugitivos
y a los
que traman y conspiran
en las bulliciosas calles del Harlem
neoyorquino,
en las revolucionarias calles de Caracas,
en las frías calles de Estocolmo,
en los calurosos y superpoblados callejones
de la Franja de Gaza,
en tantos y tantos lugares de todo el mundo.
Turbulento y dionisíaco Walt Whitman,
bienaventurado sea,
por los siglos de los siglos,
tu nombre magnífico,
telúrico y adámico,
y tu barba blanca,
inundada de mariposas multicolores y exóticas.
Bendito seas, hermoso bardo de Poumanok,
porque te cantaste a ti mismo,
y con ese canto nos demostraste
que tú y sólo tú eras el centro del poema,
que tú y sólo tú eras el centro del universo,
y nos enseñaste que nada de cuanto existía
era tan importante como tu cuerpo luminoso
raíz de
amaranto, hilo de seda, horquilla y vid…
Creo en ti, Walt Whitman,
Padre Todopoderoso de la poesía fraternal,
origen épico del grito desgarrado,
génesis divina del verso contemporáneo,
porque recorriste andando
con tus botas de piel de ciervo
los polvorientos caminos
que atraviesan la tierra americana,
y dormiste a raso en sus verdes praderas,
y empapaste tus ropas humildes
con las gotas de lluvia, con los copos de
nieve,
y oíste en la noche el aullido del
coyote.
Tú, poeta de la vida y del amor.
Tú, que te sabías más grande
que la más grande de las deidades.
Tú, que nos regalaste la palabra nueva.
Tú, que te tumbaste sobre la hierba
sólo para escuchar cómo sonaban
el canto del grillo,
el bronco
oleaje del mar,
los redobles de tambor
en el campo de batalla,
la niebla y la tempestad.
Oh, Walt
Whitman, padre universal,
poeta de la naturaleza,
poeta de la gran ciudad,
poeta del asfalto y del cheque sin fondo,
poeta del deseo, del orgasmo, del fracaso,
supremo hacedor del verso americano.
Todos te llamamos Walt,
camarada, compañero, amigo, padre, hermano,
y te sentimos carne de nuestra carne,
sangre de nuestra sangre,
alma de nuestra alma.
Todos hemos nacido de ti,
de tu semilla ardiente como lava roja,
de tus palabras complejas y contradictorias,
de tu verso largo,
sin rima, sin métrica, sin reglas,
pletórico de música,
de ritmo, de dulzura, de fuerza, de magia.
y en ti nos reconocemos, nosotros,
hijos bastardos de tu poesía palpitante.
Yo te admiro, Walt Whitman.
A ti, que te atreviste a proclamar abiertamente
la
necesidad política del arte y del artista.
A ti, que fuiste hombre y mujer,
granjero
y trabajador de fábricas y muelles,
prostituta
y presidente,
americano
y ciudadano del mundo.
A ti te canto esta noche de estrellas y
luciérnagas
porque fuiste valiente
y te bañaste junto a veintiocho muchachos
que se
bañaban en la playa
y tu mano invisible acariciaba sus cuerpos
y tu lengua de fuego lamía sus sexos.
¡Tacto
ciego, amoroso y combativo!
Tacto preñado de apetito.
Por eso te canto,
Apolo circunspecto, homosexual y carismático.
a ti, que anhelabas ser un hombre del pueblo,
que pusiste voz a los oprimidos
y preferías mil veces la compañía de tipos
rudos
que asistir a fiestas elegantes.
A ti te canto, oh capitán mi capitán,
porque tus labios pronunciaron la palabra libertad,
y me abriste los ojos,
y me enseñaste a mirar todo cuanto me rodea,
y me enseñaste que la hormiga es perfecta
y que una vaca, un ratón, una rana,
una insignificante brizna de hierba veraniega,
un diminuto huevo de zorzal,
son parte fundamental del milagro cotidiano
de estar vivos.
Tú, Sócrates de Brooklyn,
poeta del cuerpo, poeta del alma,
te sentiste satisfecho
porque viste y bailaste y reíste y cantaste.
Tú, Walt Whitman,
un
americano, un tipo duro, un cosmos,
te pusiste de pie y te arremangaste,
y cuidaste con tus manos milagrosas
al soldado herido en la lucha fratricida
y mojaste sus labios con un paño húmedo
y limpiaste la sangre de su joven rostro
y le diste de comer fruta fresca,
y ayudaste a ser libre al esclavo fugitivo,
aquel que llegó a tu puerta cojeando,
agotado y sediento, y tú le ofreciste cobijo
y lavaste sus pies magullados
y curaste con emplastes sus llagas sangrantes
y limpiaste su piel sudorosa
y le ofreciste una cama cálida y ropa limpia
y se sentó contigo a la mesa
y comió de tu pan y bebió de tu vino.
A ti, pues, pájaro herido,
que atravesaste tu pene con una aguja
candente,
te traigo mi poema, y ante tu altar hago mi
ofrenda.
Dios todopoderoso del verso moderno,
bárbaro del amor, espíritu libérrimo,
porque tuyos fueron los goces del cielo,
los tormentos del infierno,
porque también yo, como Pablo Neruda,
Toqué
una mano y era la mano de Walt Whitman.
Porque también yo, como Hart Crane,
nunca
he de soltar mi mano de la tuya, Walt Whitman.
Porque también yo, como León Felipe,
te
llamo Walt, Walt, Walt.
Porque también yo, como Ezra Pound,
vuelvo
a ti como un niño crecido.
Porque
también yo, como Federico García Lorca, te sigo viendo
Anciano
hermoso como la niebla.
Porque también yo, como Rubén Darío, te llamo
sacerdote
que alienta soplo divino.
Porque también yo, como Allen Ginsberg,
quiero saber
¿En qué
dirección apunta tu barba esta noche?
Porque también yo, como Fernando Pessoa, te
digo que
Soy de
los tuyos, tú bien lo sabes, y te comprendo y te amo.
Porque también yo, como Pablo de Rohka, afirmo,
golpeándote la espalda:
eres NUESTRO hermano, NUESTRO hermano Walt
Whitman.
Porque también yo, como José Martí, os
propongo:
Oíd a
Walt Whitman.
Porque también yo, como Jorge Luis Borges,
os exhorto a que lo gritéis a los cuatro
vientos:
Yo fui
Walt Whitman.
(Nota:
Para escribir este poema, he tomado prestadas imágenes y palabras de Manuel
Villar Raso, Pablo Neruda, Hart
Crane, León Felipe, Ezra Pound, Federico
García Lorca, Rubén Darío, Allen Ginsberg, Fernando Pessoa, Pablo de Rohka, José
Martí, Jorge Luis Borges y, por supuesto, del propio Walt Whitman.)
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