sábado, 14 de junio de 2014

Algunas situaciones en las que nunca veremos a un rey (se llame Juan Carlos o se llame Felipe)



Durante las cuatro décadas que el Borbón ha sido jefe del estado por obra y gracia del general Franco (o como diría mi amigo Juanito, el Ronchas, porque al Dictador le salió de los cojones) al rey lo hemos visto en miles de lugares distintos, visitando países lejanos y dándose garbeos por la península. Lo hemos visto riendo con sus amiguetes los jeques árabes (seguro que cuando está con ellos en privado se cuentan chistes de tías y de homosexuales, del tipo ¿Cuántas piedras hacen falta para lapidar a una mujer adúltera? y otros por el estilo). También hemos tenido ocasión de verlo haciéndole la rosca a diferentes presidentes yanquis y a sus señoras esposas; lo hemos visto en inauguraciones de todo tipo: desde guggeheims a expos, pasando por macro obras, al estilo de los viejos faraones egipcios; lo hemos visto en mundiales de fútbol y en olimpiadas; lo hemos visto en Palma de Mallorca (ah, qué tiempos aquellos en los que las Islas Baleares eran el paraíso soñado por la familia real) navegando en su célebre yate Bribón (¡el menda que eligiera el nombre fue todo un visionario!); lo hemos visto saliendo de hospitales (siempre privados, aunque alguna vez trataron de hacerlos pasar por públicos); lo hemos visto pidiendo perdón con la boca chica, tras matar al pobre elefante de Botsuana; lo hemos visto en actos castrenses, y por verlo, lo hemos visto hasta haciendo de superhéroe salvador de la patria, en la ya lejana noche del 23F.
No obstante, como señalaba el otro día Sabino Cuadras en el Congreso de los Diputados en su turno de palabra durante la votación de la Ley de Abdicación, al rey siempre lo hemos visto, fuera cual fuera la situación, rodeado de ricos, porque el rey de España, no tiene nada que ver con las clases populares. Es más, al rey las clases populares, como dice mi amigo el ínclito Ronchas, se la refanfinflan.  
He estado dándole vueltas al asunto, pensando lugares donde nunca hemos visto y nunca veremos al rey, ni al que se va, ni al que viene, o lo que es lo mismo, ni al que nos impuso el fascismo, ni al que nos impone ahora el neoliberalismo.
Al rey no lo veremos nunca, por ejemplo, en un barrio chabolista, rodeado de niños sucios, sin zapatos, que conviven con ratas y con basura. En estos lugares, normalmente no hay nada que inaugurar. Tampoco lo veremos intentando parar un desahucio, ayudando a una familia en paro, que no puede pagar la hipoteca, lanzando consignas del tipo, Botín, mamón, no seas tan ladrón. Al rey nunca lo veremos, así vivamos mil años, en una oficina de empleo, en una cárcel o en un Centro de Internamiento de Extranjeros. Tampoco lo veremos jamás ocupando una finca cordobesa de la Duquesa de Alba, compartiendo el pan y el vino con los jornaleros que llevan a cabo la ocupación. Jamás lo veremos durmiendo en la calle, comiendo en un comedor social, vendiendo pañuelos de papel en un semáforo, pidiendo comida en el banco de Alimentos, rebuscando comida caducada en un contenedor de basura en la puerta del Mercadona o el Carrefour, manifestándose contra la crisis, contra los recortes, contra las bases americanas en suelo patrio (él, que tanto ama a España) o viajando en una patera, en busca de una vida mejor.
En fin, mucho me temo que no, que la vida no nos dará jamás la satisfacción de ver al rey en ninguna de estas situaciones. Pero no me negaréis que estaría muy bien ¿O no?

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