Hace unos días, muy de
mañana, la vi.
Cruzaba, distraída, un
paso de cebra
ante la mirada ausente de
un taxista
que masticaba en silencio
sus derrotas.
Las manos sumergidas en
los bolsillos
melancólicos de su abrigo;
de su pelo
caían pequeñas gotas de
luz amarilla
que se perdían en la nada.
Hubiera dado cualquier
cosa por
un hola, qué tal, cómo te va,
un ya nos veremos, hasta luego,
un llámame uno de estos días.
Pero no hubo nada: ni
palabras,
ni sonrisas, ni inútiles
gestos de complicidad.
Tan sólo las cenizas
inmóviles de la indiferencia,
las huellas ásperas del
desencanto.
Y seguí mi camino pensando
en el amor,
ese helado de fresa
derretido en el asfalto.
(De Hablando de amor con el cobrador del frac,
Editorial Alhulia, 2004)
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