Los numerosos
lectores que el poeta Antonio Orihuela (Moguer, Huelva, 1965) tiene en todo el
estado español y en otros países de América Latina, como México o Colombia,
estamos de suerte. Hace apenas unos meses, la editorial mallorquina Ediciones
La Baragaña publicó Esperar sentado
(poesía completa 1992-2012), un volumen de 860 páginas que recoge la obra
completa que el poeta onubense ha producido en dos décadas dedicadas a, entre
otras cosas, escribir versos. El libro recopila los dieciséis poemarios que
Orihuela ha publicado hasta la fecha, algunos de ellos, como ocurre con sus
primeros libros, prácticamente imposibles de conseguir, si no es en el mercado
del coleccionismo. Las obras que recoge esta edición son: Perros muertos en la carretera (1995), Edad de Hierro (1997), Lo que
piensa la ballena del arponero (2001), Piedra,
corazón del mundo (2001), Narración
de la llovizna (2003), La piel sobre
la piel (2005), Aserrando corazones con
los ojos (2005), Respirar y arder (2005),
La ciudad de las croquetas congeladas (2006),
Tú, quién eres tú (2006), Durruti en Budilandia (2007), El corazón no duerme (2009), Madera de un solo árbol (2007), Todo el mundo está en otro lugar (2011),
Autogobierno (2012) y Cosas que tiramos a la basura (2012).
No
exagero si afirmo que Antonio Orihuela es uno de los poetas más importantes de
la poesía contemporánea española, como demuestra el hecho de que se publique
este volumen o de que su obra haya sido
traducida al inglés, al alemán, al francés, al portugués, al catalán y al
esperanto. Militante orgulloso y combativo de esa tendencia que se ha
dado en llamar “poesía de
la conciencia crítica” en la
que se engloba a otros poetas como David González, Isabel Pérez Montalbán,
Jorge Riechmann, Enrique Falcón, Antonio Méndez, Eladio Orta, Daniel Macías,
Ana Pérez Cañamares, Matías Escalera, y un largo etcétera, articulados en torno
a Voces del extremo, los encuentros
poéticos que el propio Orihuela dirige en su pueblo natal cada año durante el
mes de julio, bajo el auspicio de la fundación Zenobia y Juan Ramón Jiménez.
No se le
escapará al lector avispado que se acerque a la obra de Antonio Orihuela, la
variedad de temas, registros, estéticas y/o sensibilidades que recorren la obra
del poeta onubense. Y es que en Esperar
sentado podemos encontrar largos poemas narrativos y poemas de apenas dos y
tres versos (sobre todo haiku), versos de amor y versos de combate; poemas de una
profunda espiritualidad conviven en armonía con otros llenos de rabiosa mala
leche; hay en estas páginas belleza y compromiso, vanguardismo y, al mismo
tiempo, un reverencial respeto por sabidurías populares y ancestrales, como la
del flamenco. Y todo ello impregnado de una fina capa de ironía que evita el
pesimismo más desgarrador. Y a pesar de esta variada amplitud de registros, resulta
innegable la existencia de un hilo conductor en toda la obra poética de
Antonio. Un hilo que a veces es cuasi invisible (nunca del todo), pero que otras
se torna absolutamente constatable. Un hilo que une toda su obra y le da una
consistencia que resiste la complicada prueba del tiempo, ese crítico literario
que acaba colocando a cada libro en el sitio que merece. Y ese hilo no es otra
cosa que, como señala el crítico Alberto García Teresa, con toda probabilidad
la persona que mejor conoce la obra de Orihuela, “el impulso radicalmente
libertario del autor, que cuestiona lo establecido, desafía toda autoridad, (y)
toda estructura de dominación” y hace de su obra poética una obra única en el tísico
panorama de la desclasada y subvencionada poesía española contemporánea y consigue
que sus numerosos lectores recibamos cada uno de sus libros como agua de mayo.
La espina
dorsal de la poesía de Orihuela es, como no podía ser de otra manera en la obra
de un poeta que milita con orgullo en el anarquismo, el ser humano. No en vano,
el propio Orihuela se autodefine como “un testigo intensamente vivo en el
tiempo que me ha tocado vivir, un viajero que, (…), todavía sigue empeñado en
cantar Ícaros a las piedras para que se transformen en corazones.” Se trata,
pues, de una poesía radicalmente humana o, parafraseando el verso de Blas de
Otero, una poesía fieramente humana. En torno a la defensa del ser humano, giran
los diferentes temas que se pueden encontrar en su obra: la denuncia del
sistema capitalista, que aliena y atenta contra la mayoría de la población
mundial y sólo beneficia a una minoría, y que tiene todas sus armas de
destrucción masiva al servicio del dinero y de las grandes corporaciones
financieras internacionales; la defensa de la naturaleza y el medio ambiente;
la recuperación de la memoria histórica; la crítica bestial contra la sociedad
actual, consumista hasta la autodestrucción, y contra la pasividad, estupidez y
conformismo del hombre moderno, que espera sentado (de ahí el título del libro)
a que algo pase; la crítica al mundo laboral y a los sindicatos mayoritarios, tan
preocupados por sus componendas y por sus concertaciones, pero tan poco
preocupados por los trabajadores; la defensa a ultranza de los olvidados, los
desposeídos y los marginados por un sistema político y económico que no tiene
condescendencia hacia nada ni hacia nadie.
Los
poemas de Antonio poseen una cualidad intrínseca que no es fácil encontrar en
otros poetas españoles actuales: la capacidad de no dejar indiferente, o dicho
con las propias palabras del poeta, la capacidad de producir “un pellizco, unas
veces en el estómago y otras en la conciencia”. El poeta se convierte pues, en
una especie de portavoz de un colectivo social necesitado de voces que hablen
su propio idioma, voces que nos hablen de las cosas que realmente nos importan,
las que nos preocupan y nos quitan el sueño, voces que no se anden por las
ramas y denuncien, como hace Orihuela, los problemas reales que nos acucian a
las personas reales en este mundo real.
Esperar sentado está
lleno de excelentes poemas: “Parabólicas en las chozas”, “Obituario del caníbal”, “Gobierno
de España”, “Que el
fuego recuerde nuestros nombres”, “The Blank
Generation”, “Aquí
viene la gente de gris” o “El mapa del mundo” por
señalar algunos de mis favoritos. Pero hay muchos más. Que cada cual elija los
suyos. Esperar sentado está lleno de
poemas reales, poemas que son y viven, poemas que existen más allá de un libro
de poemas, poemas desbordados de energía, poemas que supuran honestidad y nos
hacen, por ello, vibrar; poemas críticos y radicales, poemas transformadores y
revolucionarios, poemas, en definitiva, llenos de vida. ¿Vas a dejarlos
pasar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.