Señoras
y señoritas,
caballeros
y demás,
presten
toda su atención
a
este cuento singular.
Hay
en Europa un país,
cuyo
nombre es España,
donde
se roba y se estafa
y,
por decreto, se engaña.
Había
una Caja en España,
que
a los pobres desahuciaba,
les
quitaba sus viviendas
y
a los ricos se las daba.
A
los pobres viejecitos
les
vendieron preferentes,
perdieron
su dinerito,
perdieron
hasta los dientes.
La
Caja se llama Bankia,
y
allí reinaba un tal Blesa,
un
amiguito de Aznar,
con
quien compartía mesa.
Como
aquello no tiraba
y
la cosa iba muy mal,
tuvimos
que rescatarla
inyectando
capital.
Los
que en la Caja mandaban
se
gastaron mucha pasta
con
unas tarjetas mágicas
a
las que llamaban opacas.
Y
en esto que un periodista
del
chanchullo se enteró,
lo
publicó en los papeles
y
el país se enfureció.
Viajes,
joyas, trajes, caviar,
todo
del Corte Inglés,
las
tarjetas echaban humo
como
en una luna de miel.
Sindicalistas,
políticos
de
izquierdas y de derechas,
todos
metieron la mano
en
la cajita maltrecha.
Y
había un cabronazo,
de
Madrid, el empresario,
robó
a manos llenas
como
si fuese un corsario.
Y
cuando fue preguntado,
con
toda su hipocresía,
dijo
que no sabía nada,
que
ya lo devolvería.
También
había un ministro,
al
que llamaremos Rato,
gastó
medio millón de euros,
¡Ni que fuera Ana Mato!
Y
uno que era comunista
al
que no voy a nombrar,
se
gastó una fortuna,
se
olvidó de Carlos Marx.
Y
un consejero del Rey,
que
fue jefe de su casa,
también
tenía tarjetita
y
la usaba por la cara.
Y
el Ministro de Economía
al
enterarse del robo,
dijo
que no estaba bien,
que
tenían mucho morro.
No
sabemos si él quería
otra
tarjetita negra
para
comprar muchas cosas
sin
pagar a tocateja.
Pero
no crean ustedes
que
alguien lo va a pagar.
Esto
es España, señores,
el
Reino de Trincarás.
Y
aquí termina, amiguitos,
el
cuento de las tarjetas,
sacad
vuestras conclusiones,
ésta
es la moraleja.
No
le des tu dinerito
a
esos hijos de su madre
se
lo gastarán en juergas
mientras
tú, a pasar hambre.
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