martes, 10 de febrero de 2015

La alegría de Juan Carlos Monedero



Hace aproximadamente un año, tuve ocasión de asistir en Salobreña, el pueblo donde vivo, a una conferencia del profesor Juan Carlos Monedero. Confieso abiertamente mi ignorancia. Hasta que dicha conferencia fue anunciada, no había oído hablar en mi vida de este hombre. No tenía ni puta idea de quién era o de dónde trabajaba, no había leído ni uno solo de sus libros o sus artículos. Un buen amigo mío con el que me encontré en el mercado unos días antes del acto, me habló de él, aconsejándome que por nada del mundo me perdiera la conferencia del tal Monedero. Una de las mentes más agudas de la izquierda. Así lo definió mi amigo. Yo, que tengo a mi amigo por una persona de valía, le hice caso y tomé nota.  
El día de la charla, a pesar de que era un lunes invernal por la noche, yo estaba allí como un reloj. Mi sorpresa fue mayúscula. El auditorio estaba absolutamente abarrotado, e incluso había gente de pie, lista para escuchar lo que el profesor de la Complutense tuviera a bien contarnos. Por cierto, la charla versaba sobre la transición española, y cómo no podía ser de otra manera, sobre la crisis política y económica que asola el estado español desde hace varios años. Yo no sé vosotros, pero lo que es yo, no estoy acostumbrado a ir a conferencias de tema político —qué coño, ni político ni de ningún otro tema— y encontrarme con semejante número de personas. Por ese mismo auditorio habían pasado otros ponente de mucha valía intelectual, como el periodista Pascual Serrano o el escritor Matías Escalera, y el éxito de convocatoria había sido bastante más discreto.
En fin, a lo que vamos. Juan Carlos Monedero era como una estrella del rock. Qué digo. Como Julio Iglesias. Más de doscientas personas, muchas de ellas estudiantes de Políticas y Sociología llegados desde Granada para escuchar al insigne orador, mucha militancia de Izquierda Unida —en aquel momento aún no existía Podemos y las relaciones con IU eran más o menos cordiales—, algunos curiosos poco interesados en el tema, etc.  
Cuando Monedero empezó a hablar mi sorpresa fue mayúscula. Monedero era un tío feliz. De eso no cabía ninguna duda. Se notaba a la legua. Bromeaba. Contaba chascarrillos. Arrancaba carcajadas entre el público. Por momentos uno creía estar ante un cómico de El club de la comedia, dicho esto desde el más absoluto respeto. Joder. Yo estaba completamente descolocado. No era la primera vez que iba a un acto de este tipo. De hecho, durante los últimos años he ido a muchos y, como ya he señalado, con muy distintos oradores. Había visto a otros militantes charlando sobre este mismo tema o temas relacionados. Y ninguno lo hacía con la gracia de Monedero. Por poner un ejemplo que todos conocemos, siempre que he asistido a una charla de Diego Cañamero, he salido de allí cabreado. Diego tiene esa habilidad. Te enciende. Hace que te mosquees. Hace que te creas lo de la lucha de clases. Así que eché la vista atrás y me miré a mí mismo. Me di cuenta de que durante más de cinco años había estado escribiendo sobre la realidad española desde la más absoluta amargura. Copón, me dije, no soy más que un puto amargado. Este tío sí que es la leche. Mis artículos, mis reflexiones, mis relatos y mis poemas, en definitiva, mi manera de contar las cosas, sólo llevaban a la amargura, a la constatación de que la pobreza es una mierda, de que si no tienes curro, o si lo tienes pero tu sueldo bordea la miseria, tu vida es una puta mierda.  
Durante los días que siguieron a la charla de Juan Carlos Monedero en Salobreña, yo pensé una y otra vez en aquello. ¿Por qué este tío se enfrentaba a la realidad, dura e hijoputa, con una sonrisa en los labios, y Cañamero, o yo mismo, parecíamos unos miserables amargados? No encontré una respuesta satisfactoria. En aquellos días lo achaqué a su personalidad, a su propia idiosincrasia, a su manera de ser. Monedero era divertido y yo no. Punto y final.
Un año después lo he comprendido todo. No se trataba simplemente de personalidades. Había algo más y ahora sé lo que es. Monedero era millonario y yo no. Ni Cañamero tampoco. Monedero tenía una cuenta bancaria llenita de ceros y yo una deuda con el banco más larga que un día sin pan. Y eso, lo queramos o no, afecta. Y es que el dinero, cuando se tiene, imprime carácter. Y hace que uno vea las cosas de otra manera, con menos acidez, con menos amargura, con más dulzura, con mucha más alegría. Como le pasaba a Monedero. Que era tela de feliz. Así de simple.

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