Diez minutos. Con eso bastó. Diez minutos fueron más que
suficientes para dejar claro cuál es su bando y cuáles son sus enemigos. En
diez minutos el escritor Juan Goytisolo desgranó el que tal vez haya sido el
discurso más breve de cuantos se han pronunciado en la entrega del Premio
Cervantes. “A la llana y sin rodeos”. Así lo tituló y así es como fue. Un
derechazo al estómago. Una patada en la entrepierna. Un salivazo en todo el
rostro. Expresado con absoluta claridad y sin usar ni un solo eufemismo.
Llamando al pan, pan y al vino, vino. Llamando a los corruptos, corruptos y a
los ladrones, ladrones. Y a los neoliberales, neoliberales. Apostando por la
libertad absoluta del creador literario. Apostando por una honestidad
absolutamente radical. Poniendo bien alto el listón. Como debe ser.
Juan Goytisolo se acercó hasta el Colegio de San Ildefonso
de la Universidad de Alcalá de Henares acompañado por su sobrino Gonzalo y por
su sobrina Julia. Pasando olímpicamente del protocolo, dejó a un lado el frac y
se vistió como le salió de su real (esta sí que es real) gana. Y es que a sus
ochenta y cuatro años, a Juan Goytisolo ya pocas cosas le impiden hacer y decir
lo que le sale de los cojones. Y si esas cosas que hace o dice no gustan a
determinadas personas, pues ya saben lo que tienen que hacer. Porque Juan
Goytisolo es mucho Juan Goytisolo, y no creo que haya nacido todavía el
ministro de cultura o el monarca que lo haga callar.
En su discurso, como ya debes saber a estas alturas, habló
de literatura, y habló de política, y habló de la triple crisis que asola a
este país: la política, la económica y la social. A cada cual peor. En su
discurso hubo las inevitables referencias a Miguel de Cervantes y a su obra
inmortal: Don Quijote de la Mancha, pero también habló de Fernando
Pessoa, y de Gabriel García Márquez, y de Dámaso Alonso y de Luis de Góngora, y
de La Regenta, y de La lozana andaluza (que no, tronco, que no se
refería a Susana Díaz, sino a la novela picaresca del siglo XVI). En su
discurso, valiente y poco complaciente con los poderosos, hubo denuncia, como
no podía ser de otra manera, viniendo de quien venía. Goytisolo aprovechó la
magnífica tribuna que le ofrecía el Premio Cervantes, para denunciar y no
convertirse en cómplice de los que desahucian, de los que recortan, de quienes
pretenden, con vallas y concertinas, poner puertas al campo y detener lo que a
todas luces no se puede detener. Goytisolo se erigió en portavoz de todos
aquellos, mujeres y hombres, a los que “nos resulta difícil resignarnos a la
existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes
desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que
actualmente vivimos.” Y añadió: “Si ello es locura, aceptémosla.” Se podrá
decir más alto, pero no más claro.
Particularmente, me encantó esa diferenciación con la que
comenzó su discurso, distinguiendo entre literatos o “parásitos de la
literatura”, es decir, aquellos que conciben la literatura como una carrera, preocupándose
más por la “promoción y visibilidad mediática”, y buscando ante todo
“triunfar” a cualquier precio, y los que él llamó “aprendices de
escribidor” o adictos a la literatura, cuyo objetivo primordial es “cumplir
consigo mismo(s)”. Y es que para el maestro Goytisolo, “Ajena a toda
manipulación y teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas.”
Y todo esto lo dijo sin que le temblara el pulso ante “la
burocracia oficial y sus vientres sentados”, usando la expresión del poeta
sevillano Luis Cernuda. Me parece mentira cuánta lucidez, cuánta valentía,
cuánta cordura pueden contener mil trescientas palabras cuando el que las
escribe, cuando el que las pronuncia, es un escritor y un ser humano de la
talla del creador de Señas de identidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.