Hoy ha muerto
Manuel Molina. Se lo ha llevado un cáncer al que no quiso plantar cara. Manuel
Molina era uno de los grandes del flamenco. Qué digo. Manuel Molina era mucho
más que eso. Un pionero. Una de esas personas que ya están de vuelta cuando
todos los demás empezamos a caminar. Echaba a andar la década de los 70 y él empezaba
una carrera que lo llevaría a lo más alto. Primero con el grupo sevillano
Smash, donde coincidió con otros genios de la música andaluza: Gualberto, Julio
Matito, Silvio Melgarejo, Ricardo Pachón, Antoñito Smash. Se dice pronto pero
uno no se imagina tanto arte, tanta libertad, tanta sabiduría junta. Sin los Smash
no hubiese existido Veneno, ni Triana, ni Ketama, ni Pata Negra, y quizás, si
nos ponemos radicales, sin Smash quizás Camarón nunca hubiese sido el Camarón
que nos deslumbró y nos enamoró a tantos.
Y después,
cuando el proyecto Smash sucumbió, debido en parte a que era prácticamente
imposible dominar tal cantidad de arte por metro cuadrado, formó ese dúo
maravilloso que fue Lole y Manuel, con Dolores Montoya. Lole y Manuel ha sido
una de las cosas más geniales que ha dado Andalucía. Cuando se subían a un
escenario, la pareja destilaba tanta poesía que, a veces, parecía cosa de otro
mundo. Pero eran de este. Los dos. Ella con su voz llena de dulzura y belleza. Él
con su particular manera de tocar la guitarra y con su personalísima forma de
componer y cantar la bulería. Juntos
grabaron 8 discos. A cada cual mejor. Cada uno de ellos imprescindible.
Si mal no
recuerdo, su último disco fue aquel estupendo La calle del beso, que produjo su amigo Antonio Rodríguez “Smash” y
cuya foto de portada había sido hecha en la calle granadina homónima. Ese disco
fue la banda sonora de mi vida en los meses posteriores a su publicación. Lo
compré en cinta y lo ponía vuelta y vuelta. Lo escuchaba mientras conducía y en
la ducha. Lo ponía recién levantado y al acostarme. Lo ponía y cuando terminaba
lo volvía a poner. Me encantaba. Sobre todo el tema que cantaba con su hija
Alba Molina, una adaptación del “Romance de la pena negra” de Federico García Lorca.
Manuel
Molina era un espíritu libre. Un gitano ácrata que rebosaba poesía. Un gitano
que transmitía toda la sabiduría ancestral de su raza. Descanse en paz para
siempre. A nosotros nos quedan sus discos. Para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.