Si me
paro a pensarlo con detenimiento, aún me emociona. Recuerdo a toda aquella
gente, chavales jóvenes y personas mayores, mujeres y hombres, parados y gente
que aún tenía un curro. No importaba la edad. No importaba el sexo. Nada
importaba nada. Tan solo las ganas de tomar las calles, de gritar con libertad,
de expresarse sin mordazas. Las plazas de España se llenaron de gente. Por
primera vez en sus vidas, muchas de esas personas estaban debatiendo, hablando
de política, pergeñando ideas, trazando planes, confrontando estrategias. Era
mayo y España estaba inmersa en una movida de dimensiones bíblicas.
Los
eslóganes, a cada cual más ingenioso, a cada cual más perspicaz, se extendieron
como la pólvora. Parecía que el sistema empezaba a hacer crack, a resquebrajarse
por alguna parte, aunque sólo fuera una pequeña rajita por la que se colara el
viento fresco que aireara las estancias. Los profesionales de la política, por
primera vez en sus (holgadas) vidas, se echaron a temblar. Era como si la gente
hubiese despertado de un mal sueño y de repente todo el mundo se hubiera dado
cuenta de la gran mentira, de la gran mierda en la que estábamos hundidos: corrupción,
desempleo, falsedades y un sistema hecho a la medida de los poderosos.
Apenas
han pasado cuatro años de toda aquella explosión de júbilo y ¿dónde coño
estamos hoy? En mi opinión todo tirado por el sumidero. Toda la energía, toda
la fuerza que se generó en aquellos días primaverales, toda la pasión, toda la
libertad, todo, absolutamente todo, tirado por la borda. Si te paras a pensarlo
diez segundos, convendrás conmigo en que resulta increíble la capacidad que
tiene el propio sistema para auto-regenerarse, para reinventarse a cada
momento. El sistema no va permitir que un grupo de zarrapastrosos vengan a
poner el statu quo patas arriba. Ni
de coña. El sistema hará todo cuanto esté en sus manos para asimilarlos, para
domesticarlos, o para aniquilarlos. Depende.
Y sin
embargo, a veces ni siquiera es el sistema el que tiene que actuar. A veces
basta con la propia ambición de los protagonistas. Se empieza trazando un plan
con unas cuantas líneas básicas (tengo a fuego grabadas estas palabras de Nega
en un artículo que escribió en 2014; “en líneas generales, (el programa de Podemos) —la cursiva es
mía— es muy parecido al de IU, al de IZAN, al de Bildu, al de las CUP, al PCPE,
etc. En definitiva un programa que cualquier persona meridianamente progresista
suscribiría: auditoría pública de la deuda, nacionalización de los sectores
estratégicos, un plan de vivienda social y la inmediata recuperación de lo
público (sanidad y educación) que nos saque de esta miseria extrema.”) y se
acaba aplaudiendo a rabiar al Papa, regalándole una serie de televisión al rey
que nadie ha elegido, haciendo pesas en el Parlamento europeo, y/o mirando para
otro lado para que puedan seguir accediendo al gobierno las aves de rapiña de
los ERE en la comunidad autónoma de Andalucía.
Estaba
tan claro que no sé cómo la gente no lo vio desde el minuto cero. Todo esto, en
realidad, iba de lo que ha ido siempre: de sillones, de escaños, de
concejalías, de coches oficiales, de sueldos de puta madre, de pegarse la gran
vida sin dar un palo al agua. Todo esto iba, cojones, de engordar un ego más
grande que la estupidez de Homer Simpson. O sea, todo esto iba de lo que,
repito, ha ido toda la puta vida. De mandar yo en vez de que me mande mi
vecino. Esto, amigo Nega, no iba de auditar la deuda pública, ni de
nacionalizar los sectores estratégicos, ni de recuperar lo público, ni de
cortar de raíz, de una vez por todas, la miseria extrema, para que ningún niño
se desmayase de hambre en la escuela. Ojalá toda esta mierda hubiera ido de
eso.
Hoy al
señor Piquito de oro lo he visto en televisión, megáfono en mano, hablando para
unos trabajadores que están en huelga. Hoy, tras la huida del señor Intelectual
a quien le gusta más Galeano que Juego de
tronos, el señor Piquito de oro ha decidido que tocaba interpretar el papel
de revolucionario-arengador de las masas obreras. Ya veremos qué papel le toca
interpretar mañana.
En fin, qué
gran ocasión que se nos ha escurrido entre las manos y mientras tanto seguiremos
avanzando, de derrota en derrota, hasta la derrota final. Así es la vida y así
es el capitalismo.
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