viernes, 1 de mayo de 2015

Qué gran ocasión perdida



Si me paro a pensarlo con detenimiento, aún me emociona. Recuerdo a toda aquella gente, chavales jóvenes y personas mayores, mujeres y hombres, parados y gente que aún tenía un curro. No importaba la edad. No importaba el sexo. Nada importaba nada. Tan solo las ganas de tomar las calles, de gritar con libertad, de expresarse sin mordazas. Las plazas de España se llenaron de gente. Por primera vez en sus vidas, muchas de esas personas estaban debatiendo, hablando de política, pergeñando ideas, trazando planes, confrontando estrategias. Era mayo y España estaba inmersa en una movida de dimensiones bíblicas. 
Los eslóganes, a cada cual más ingenioso, a cada cual más perspicaz, se extendieron como la pólvora. Parecía que el sistema empezaba a hacer crack, a resquebrajarse por alguna parte, aunque sólo fuera una pequeña rajita por la que se colara el viento fresco que aireara las estancias. Los profesionales de la política, por primera vez en sus (holgadas) vidas, se echaron a temblar. Era como si la gente hubiese despertado de un mal sueño y de repente todo el mundo se hubiera dado cuenta de la gran mentira, de la gran mierda en la que estábamos hundidos: corrupción, desempleo, falsedades y un sistema hecho a la medida de los poderosos.
Apenas han pasado cuatro años de toda aquella explosión de júbilo y ¿dónde coño estamos hoy? En mi opinión todo tirado por el sumidero. Toda la energía, toda la fuerza que se generó en aquellos días primaverales, toda la pasión, toda la libertad, todo, absolutamente todo, tirado por la borda. Si te paras a pensarlo diez segundos, convendrás conmigo en que resulta increíble la capacidad que tiene el propio sistema para auto-regenerarse, para reinventarse a cada momento. El sistema no va permitir que un grupo de zarrapastrosos vengan a poner el statu quo patas arriba. Ni de coña. El sistema hará todo cuanto esté en sus manos para asimilarlos, para domesticarlos, o para aniquilarlos. Depende.
Y sin embargo, a veces ni siquiera es el sistema el que tiene que actuar. A veces basta con la propia ambición de los protagonistas. Se empieza trazando un plan con unas cuantas líneas básicas (tengo a fuego grabadas estas palabras de Nega en un artículo que escribió en 2014; “en líneas generales, (el programa de Podemos) —la cursiva es mía— es muy parecido al de IU, al de IZAN, al de Bildu, al de las CUP, al PCPE, etc. En definitiva un programa que cualquier persona meridianamente progresista suscribiría: auditoría pública de la deuda, nacionalización de los sectores estratégicos, un plan de vivienda social y la inmediata recuperación de lo público (sanidad y educación) que nos saque de esta miseria extrema.) y se acaba aplaudiendo a rabiar al Papa, regalándole una serie de televisión al rey que nadie ha elegido, haciendo pesas en el Parlamento europeo, y/o mirando para otro lado para que puedan seguir accediendo al gobierno las aves de rapiña de los ERE en la comunidad autónoma de Andalucía.   
Estaba tan claro que no sé cómo la gente no lo vio desde el minuto cero. Todo esto, en realidad, iba de lo que ha ido siempre: de sillones, de escaños, de concejalías, de coches oficiales, de sueldos de puta madre, de pegarse la gran vida sin dar un palo al agua. Todo esto iba, cojones, de engordar un ego más grande que la estupidez de Homer Simpson. O sea, todo esto iba de lo que, repito, ha ido toda la puta vida. De mandar yo en vez de que me mande mi vecino. Esto, amigo Nega, no iba de auditar la deuda pública, ni de nacionalizar los sectores estratégicos, ni de recuperar lo público, ni de cortar de raíz, de una vez por todas, la miseria extrema, para que ningún niño se desmayase de hambre en la escuela. Ojalá toda esta mierda hubiera ido de eso.
Hoy al señor Piquito de oro lo he visto en televisión, megáfono en mano, hablando para unos trabajadores que están en huelga. Hoy, tras la huida del señor Intelectual a quien le gusta más Galeano que Juego de tronos, el señor Piquito de oro ha decidido que tocaba interpretar el papel de revolucionario-arengador de las masas obreras. Ya veremos qué papel le toca interpretar mañana.
En fin, qué gran ocasión que se nos ha escurrido entre las manos y mientras tanto seguiremos avanzando, de derrota en derrota, hasta la derrota final. Así es la vida y así es el capitalismo.

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