Por fin. Se
acabó la décima legislatura. Lo conseguimos. Hemos llegado al final. Parecía
mentira, pero el momento ha llegado. Hace cuatro años, cuando empezó esta
pesadilla, la cosa parecía no tener fin. Pero hoy, cuatro años después, ya
vemos la luz al final del túnel. Cuatro años de dolor, de mentiras, de miseria,
de imposiciones dictatoriales, de violencia estatal en las manifestaciones, de
intentar acallarnos con la demagogia pseudo-democrática y neoliberal del
Partido Popular. Cuatro años en los que todo aquello que era susceptible de
empeorar, he empeorado.
Estos
días al presidente del gobierno, Mariano Rajoy, le toca hacer balance de lo que
han sido estos cuatro años para este país. Ahora pretende dar todas las ruedas
de prensa que no ha dado durante cuatro años. Por la mañana se enfrenta cara a
cara a los periodistas y por la noche se va a su chiringuito (la primera de
TVE, of course) a vendernos la burra.
Y por la tarde aprovecha el viaje para ir a una radio amiga. Ahora habla de pedagogía,
de la necesidad de explicar “lo hecho”, de
dejar claros cuáles han sido sus avances.
Y luego
están las inauguraciones. Desde hace unas semanas el estado natural de este
país es la inauguración: autovías, oficinas contra la corrupción, estaciones de
metro, de autobuses, del AVE, hospitales que no operan y colegios que no
enseñan. Cualquier cosa que pueda ser inaugurada, lo será. No importa que ya haya
sido inaugurada una vez. No importa que carezca de mobiliario. No importa que carezca
de utilidad. Nada importa. Rajoy estará allí y cortará la cinta con los colores
de la bandera española. Y luego alcaldes, presidentes autonómicos, diputados,
senadores y el copón bendito, todos juntos, a comer gambas y a beber Ribera del
Duero.
Si hemos
de hacer caso a lo que dice Rajoy, este país vive una nueva edad de oro. Ahora
todo está bien. Según él hay curro y la gente ya ha dejado de pasarlo mal. El
dinero llega a espuertas al país de las oportunidades. En Europa todos están
flipando con el milagro que ha hecho el registrador de la propiedad. Vamos,
según parece, Angela Merkel tiene pensado regalarle la nacionalidad alemana
para poder incorporarlo a su gobierno (esto es broma, no os hagáis ilusiones).
Como
siempre suele ocurrir con los políticos, Rajoy no vive en el mundo real, o sea el
de las personas de carne y hueso, como tú y como yo. Por ejemplo, y sin ir más
lejos, Rajoy no vive en el mismo país que vive mi amiga Tamara. Esta chica
tiene dos hijos y tanto ella como su pareja están en paro desde hace tiempo que
ya ni se acuerdan de cuándo trabajaron por última vez. Hace unas semanas
encontró un curro en una empresa de limpieza. La aseguraban dos horas diarias,
trabajaba ocho y ¡ooooooooohhhhhhhhh!, le pagaban dos. Ocho euros diarios. Eso es
lo que iba a ganar mi pobre amiga Tamara. Ocho euros por ocho horas de duro
trabajo limpiando la mierda de otros. Este es el país que nos dejan Rajoy y el
Partido Popular. Este es el país de las oportunidades, claro está, para el
empresario que contrató a Tamara, porque para mi pobre amiga, no creo que eso
represente ninguna oportunidad.
Rajoy
tampoco vive en el mismo país que Carmen y Bernardino, el matrimonio
octogenario de Isla Cristina (Huelva) a los que el banco va a desahuciar de la
casa en la que han vivido más de cuarenta años y en la que criaron a sus seis
hijos. La misma casa que el banco les va a quitar por no sé sabe bien qué triquiñuela
legal. Hoy se ha celebrado el juicio. Ahora les toca esperar para saber cuándo
se llevará a cabo el atropello.
Este es
el país real que Rajoy nos deja: el del paro, el de los desahucios, el del
trabajo de mierda, el de los niños con hambre, el de los empresarios que se
aprovechan de las desgracias y la desesperación ajenas. Este es su legado. Esto
es lo que Rajoy ha hecho durante estos cuatro años. Esta es la herencia que nos
deja. Dolor, hambre, pobreza, sufrimiento. Lo otro no existe más que en su
mente y en la de sus secuaces. Que se entere de una maldita vez.
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