martes, 20 de junio de 2017

El Amor y la Destrucción




Un día se encontraron
cara a cara
el Amor y la Destrucción.
Se habían citado
en una cafetería de moda
del centro de la ciudad
para tomar un café
y dejar claro,
de una vez por todas,
quién de los dos
era el más fuerte.
Se saludaron con frialdad.
Se sentaron frente a frente.
Se miraron a los ojos.
Se sostuvieron, desafiantes, la mirada.
El Amor pidió un café con leche.
La Destrucción una copa de coñac.
El Amor tomó la palabra.
Expuso sus argumentos.
Los fue desgranando uno a uno.
Habló sin parar de sus muchas cualidades.
Habló, por ejemplo, de la entrega,
de la pasión, de la plenitud
que sólo amando se consigue.
Habló del bienestar supremo
que, en sus propias palabras,
sólo él podía proporcionar.
Habló y habló, sin parar:
de la complicidad,
de la confianza,
de la generosidad.
La Destrucción callaba.
Escuchaba con atención.
Parecía cansada, un poco aturdida.
De repente, empezó a reír,
Los ojos vidriosos y dementes,
el pelo alborotado.
Y dijo:
Sabes que nada de lo que digas
tiene la más mínima importancia.
Al final, siempre, siempre,
siempre, gano yo.
Luego, se levantó,
apuró la copa de coñac de un solo trago
dejó unas monedas sobre la mesa
y se alejó calle abajo,
silbando una melodía pegadiza
que había escuchado
aquella misma mañana en la radio.




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