domingo, 4 de junio de 2017

La gran mamarrachada de la medalla a la virgen

Hace falta ser un tonto del culo para darle una medalla a la virgen. Y me da igual que lo haga un ministro beato y facha del PP o un alcalde progre y graciosillo de Podemos. No existe justificación para semejante despropósito. Se pueden buscar todas las excusas que uno quiera: que si el pueblo así lo quiere, que si seis mil firmas nos lo exigen, que si nuestros afectos, que esto no tiene nada que ver con la religión, que si patatín, que si patatán. Pero no hay justificación racional para eso. Concederle una medalla de la ciudad o cualquier otro título de esas características a una virgen o a un santo o a cualquier otro ente (no se me ocurre ni un término para denominarlos) del estilo es, simple y llanamente, una solemne estupidez, que además nos retrotrae a otros tiempos, oscuros y supersticiosos, en los que hacer cosas de ese tipo, o sea, concederles medallas a las vírgenes o sacar a la calle procesiones para que lloviera, era el pan nuestro de cada día.
No encuentro ninguna diferencia entre lo que ha pasado en Cádiz con la medalla de la virgen y lo que pasó en Semana Santa con las banderas a media asta en los cuarteles españoles por la muerte de Cristo. Si lo de los cuarteles me resultaba ridículo, lo de la medalla a la virgen me resulta, directamente, cómico. Por mucho que se empeñen Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Teresa Rodríguez y la plana mayor de Podemos. Por cierto, querida Teresa, párate a pensar un par de minutos algo tan simple como que las leyes prevalecen sobre los afectos.
A mí todo esto me produce vergüenza ajena. Ver que pasan los años, las décadas, y seguimos con la misma cantinela, con las mismas estupideces, con los mismos mamones controlando el cotarro aunque vengan con otros disfraces. Si al final todo es lo mismo, y van a acabar dándole títulos honoríficos a la virgen ¿qué importa quién gobierne? Cada día tengo más claro que lo de Podemos ha sido un bluff absoluto, palabrería barata y huera, con su puesta en escena, y su atrezzo para confundir al personal. Los de Podemos carecen del valor necesario para cambiar la sociedad. O simplemente, no entra en sus planes cambiarla. Es así de simple. Nos han engañado. Pero al final, como cantaba Bob Marley, puedes engañar a unos pocos, durante un tiempo, pero es imposible engañar a todos, todo el tiempo. Entono un mea culpa. En las últimas elecciones autonómicas voté a Teresa. Y en las últimas generales vote a Unidos Podemos. Lo hice sin ningún convencimiento, pero, al fin y al cabo, lo hice. Pero no volverá a ocurrir. Ni loco. En las próximas elecciones me quedaré en mi casa, y no participaré de más mamarrachadas. Porque al fin y al cabo, lo de ponerle una medalla a la virgen, en Cádiz, en Barcelona o en Seattle, no es más que eso, una descomunal mamarrachada, o sea, “una acción ridícula, desacertada y desconcertante.”  Y los que hacen mamarrachadas son, en Cádiz, Barcelona o Seattle, mamarrachos.

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